Resistencia al cambio
Camilo E. Ramírez
Se sufre para no sufrir
Jorge Forbes
Por más que el ser humano esté constituido a partir de una esencia vacía (“En el humano, la existencia precede a la esencia” ha dicho Jean-Paul Sartre, diferente al resto de los animales, los cuales disponen todas sus habilidades ya instaladas biológicamente) la cual posibilita crear múltiples y variados caminos en la vida, hay quienes prefieren “huir” de la libertad y facultad de tomar decisiones, renunciar a su creatividad, para enfrascarse en un circuito infernal que instala una repetición interminable y pesada, que, aunque incómoda, se cree segura, por la ilusión de constancia y aparente seguridad. Se sufre de la pesadez de la repetición, de lo mismo, precisamente para no sufrir el vacío, las consecuencias y responsabilidad ante las propias elecciones.
“Deseo cambiar mi vida”, “Quiero dejar de…”, “Ya no quiero seguir…” Son frases que los psicoanalistas escuchamos a menudo desde el primer encuentro con las personas que deciden consultarnos por alguna situación que les hace sufrir (les preocupe, se interroguen…) en su vida. De inicio, no podemos descartar la veracidad de las mismas, la escucha analítica implica escuchar siempre “a la letra” lo que alguien dice, sin embargo, al paso de las sesiones, se podrá verificar la cualidad de las frases: qué dice realmente el paciente cuando dice lo que dice, qué busca, qué espera, será que realmente quiere conocerse, cambiar, dejar de… son cuestiones sin respuestas automáticas y que no deben plantearse desde lugares comunes, sino requieren ser respondidas una a una de manera singular y decidida durante el tratamiento psicoanalítico. Ya que, en el análisis, como en la vida misma, no basta con desear, decir y añorar, es necesario dar un paso al frente, responder, decidida y singularmente, por aquello que se desea. Ya que lo que se desea realmente en la vida se le debe arrebatar a la vida misma, no cae del cielo, no necesariamente lo darán los padres o la familia, la pareja, el jefe de trabajo, los gobernantes…debe ser conquistado singularmente por cada uno.
Y cuando digo “arrebatar a la vida” no nos referimos a una forma corrupta y perversa de funcionar, buscando ganar a toda costa, chingándose a los demás, actuando sin escrúpulos de ningún tipo, sin asumir la responsabilidad de los propios actos. Todo lo contrario. Nos referimos a que cada uno de nosotros, llegado a un cierto momento en la vida, cuando ya se puede ser consciente, es responsable ante sí mismo, y no puede dejar o depositar la responsabilidad de su vida, de las propias decisiones en alguien o en algo más, esperando que esa persona o “eso” realice o retribuya todo lo que se espera, por el simple hecho de esperar eso del otro. No existen avales de vida. Esa, podríamos decir, es una de las consecuencias de un análisis: advertir que cada uno de nosotros siempre podrá responder de una forma singularmente creativa ante lo que le suceda.
Por otro lado, quienes renuncien a ejercer la facultad más inherente del ser humano, como lo es el decidir, se estarán igualmente condenando a una posición pasiva y de frustración permanentes, ya que siempre buscarán algo o alguien que les de la ilusión que podrá garantizarles algo (amor, bienestar, tranquilidad, dinero, seguridad, reconocimiento…) pero llegado el momento de comprobar que nada ni nadie lo puede hacer de manera absoluta, se verán decepcionados/as, haciendo la retirada hacia la búsqueda de un nuevo “amo” que les otorgue la ilusión de que “ahora sí” habrá esa retribución que tanto buscaban y añoraban; todo por mantenerse decididamente en el autoengaño de que sea alguien más y no ellos/as quien les debe solucionar sus problemáticas. Es decir, prefieren sufrir (de la ilusión y decepción del otro) para no sufrir los efectos y responsabilidad de las propias decisiones de vida. Ignorando que esta última, si bien siempre porta un riesgo, es al mismo tiempo la posición de libertad más radical-terrenalmente-sublime de cada humano, ya que faculta a cada persona a poder legitimar, responsable y singularmente, su ser y estilo de vida, a los cuales no precede ninguna esencia. Pues cada deseo exige invención y amplificación.
*Artículo publicado en la sección editorial del periodico El Porvenir (7.07.21)
Reinventar la formación médica
Camilo E. Ramírez
La formación médica debe ser reinventada, si es que desea, por un lado, estar a la altura de las transformaciones del siglo XXI, y por el otro, resolver estructuralmente los malestares y síntomas que ella misma produce en sus estudiantes, egresados y médicos ya instalados en el ejercicio de la profesión. ¿Es necesario que un especialista en medicina se “quiebre”, física y mentalmente, para realizar su labor?
Una mirada atenta al conjunto de síntomas, tanto físicos como psicológicos, del gremio médico, nos revela los malestares específicos que se producen como efecto de su formación y contexto laboral, entre ellos: alto consumo de sustancias legales e ilegales, sen estimulantes o depresoras, violencia familiar y laboral, acoso sexual, incremento de suicidios en estudiantes y profesionales, deserción escolar, estrés, burnout, etc. El reto es titánico: implica desistir de una lógica moralista y disciplinar (cuasi militar, cuasi cacicazgo, cuasi crimen organizado) que tiene poco más de tres siglos en la formación médica, y crear una visión de vanguardia, organizada por una lógica que siempre será más productiva, entorno al entusiasmo, creatividad y responsabilidad. Ahí donde suele promoverse el miedo, la disciplina ciega, el sometimiento a la autoridad jerárquica y a la línea de mando, la competencia desleal entre colegas, entre muchas otras más.
Cuando una persona ingresa a la facultad de medicina en México, es movida por una ilusión, entre las más frecuentes: entender y curar las enfermedades, una pasión por el cuerpo humano y sus misterios, así como una identificación con el halo de importancia y poder (científico, ideológico, económico y de atracción sexual) entorno a la figura del médico. Las primeras clases y laboratorios, los anhelos y desvelos, los libros pesados cargados de información; interminables horas leyendo a la luz de una lampara, cuando no de una vela, para aprender y repasar una y otra vez; el primer encuentro con el aparato de la formación. Muchos entran, pocos se mantienen y algunos terminan. La carrera es ardua y requiere un deseo decidido en cada momento.
La formación médica ha tenido características (no escritas, pero operativas que igualmente generan efectos, incluso mayores, tanto en las personas como en las instituciones) similares a dos grandes instituciones culturales, quizás tres (Iglesia, Ejercito y Estado, este ultimo desde una visión de caciques y lideres sindicales) camuflado en Escuelas que albergan el saber en medicina. Ello produce efectos subjetivantes en quienes participan en ella: los estudiantes a la par que van aprendiendo anatomía, fisiología, farmacología… se van identificando (encarnando) en una posición específica de acuerdo al rol del médico que les hace sentido y les atrae: el médico-humanista-sonrisas, el médico-empresario-centavero, el médico-sádico-inteligente, estilo doctor House, el médico-político-grillero, entre muchos otros que, cada cierto tiempo, van apareciendo en los escaparates, ofreciéndose como modelos a seguir por quienes van comenzando su formación. Cada uno de estos modelos posee una lógica, contexto, forma de entender y ejercer la medicina, y por supuesto, posibilidades de desarrollo, como situaciones específicas generadoras de malestares y síntomas, producto de cada “cosmovisión” del médico, su identidad y función. Es decir, cada uno responderá a la pregunta: ¿qué es ser médico? ¿cómo es el ejercicio de la profesión?
Por ello es de vital importancia reinventar la formación médica con base en la triada entusiasmo-creatividad-responsabilidad, desde una óptica en red y horizontal, posibilitando una participación más activa, tanto de estudiantes como de médicos, en lugar de irresponsabilidad, miedo y estrés, entre otros malestares que se producen al interior del gremio, debido a que la formación en medicina posee una organización y administración jerárquica del poder, tanto en las facultades como en los hospitales y colegios de medicina. Ello sería una ruptura y creación, ruptura de los modelos cliché para pensar la identidad del médico, su formación y profesión; creación de un nuevo horizonte formativo y profesional, pautado más por lógicas creativas y singulares de cada persona, de cada profesional de la salud. Justo lo que cada sujeto requiere para ser feliz en su vida y en su desarrollo profesional, y que, en muchos casos, el estudiante y médico, no solo no encuentra lugar para su expresión en el contexto donde se desempeña, sino es reducido, socavado y negado; con efectos terribles para su salud física y mental.
Comprensión imposible
Camilo E. Ramírez
La comprensión y empatía son dos cuestiones imposibles de alcanzar al 100%. Esto no solo radica en que algunas personas cometan errores o imprecisiones en la comunicación, en las formas de emplear el código, sino en la naturaleza misma del lenguaje: las palabras no permiten decirlo todo, sino al menos un decir-a-medias respecto a la realidad y a los objetos que habitan en ella; además, el sentido no solo está en quien habla, sino, sobre todo, en quién escucha. No existe comunicación humana corazón a corazón, de identidad a identidad, de sentimiento a sentimiento, empática. En ese sentido, no puede una mujer entender mejor a otra mujer, un hombre a un hombre, un alcohólico a un alcohólico, etc.
Cuando hablamos o escribimos, nuca sabemos del todo, qué entenderá el otro de lo que decimos, solo cuando algo de eso retorna y se produce un feedback, entonces se puede abrir el mensaje, debatir. “El sordo no oye, pero bien que compone”, reza la sabiduría popular. En tanto hablantes, los humanos, todos somos “sordos”, que componemos un mensaje. Pero ¿desde dónde componemos ese mensaje? ¿Cuáles son los elementos que participan en esa composición de sentido y memoria?
Las formas en las cuales cada uno construye el sentido de lo que se escribe, dice, escucha, lee…en última instancia, lo que se experimenta en su vida, fueron teorizadas por Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, bajo el nombre de Transferencia. Una forma técnica para para referirse al conjunto de reacciones, pensamientos, afectos y sentimientos, que el analizante (el paciente en análisis) re-vivencía o atribuye a la persona del psicoanalista. Dicho fenómeno psicológico no solo se presenta dentro de un proceso o tratamiento psicoanalítico, sino en cada una de nuestras relaciones. Es un proceso psicológico inconsciente que estructura y participa en cada forma de comunicación cara a cara y a través del ciber-espacio: ¿Quién es el otro/a para mí?
Cuando algo del sentido se pierde, es obscuro o ambiguo, el oyente tenderá recuperar algo de ese sentido perdido a través de un rasgo de identidad con el cual se le da una cierta consistencia a los mensajes y a la vida: “¡Claro! Eso lo dices por mí, ¿verdad? porque es una indirecta para decirme que soy un pend…? ¡Lo entiendo clarísimo!”
Mediante la localización de la transferencia (lo que cada uno le atribuye a los demás) se puede conocer esas circunstancias personales y subjetivas a través de las cuales se le da forma y “color” al sentido de lo que se experimenta, sus repeticiones, problemáticas y también sus posibilidades. Ya que la transferencia no solo es repetición de algo ya instalado, un movimiento automático conocido, la misma “piedra” de tropiezo que aparece una y otra vez, sino motor y movimiento hacia delante, hacia lo nuevo. Algo que es vivido con entusiasmo, amor y apertura. Los humanos no solo somos repetición, sino diferencia y creación.
Cuando dos o más personas dialogan cada una encuentra al menos cuatro mensajes: uno que el otro desea transmitir y no consigue, otro que yo entiendo y uno más que se me escapa, pero permanece ahí, cifrado a la vista. El sordo no oye, pero bien que compone, muestra algo fundamental de la vida y comunicación humanas: que el sentido que se produce y atribuye al mensaje que se recibe, siempre es en parte una producción del oyente: “el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida, [es decir], que la palabra incluye siempre subjetivamente su respuesta” (Jacques Lacan) De ahí que lo que se diga y localice en el otro, es en parte —o guarda—una cierta relación con el emisor, con su propio mensaje, con eso que dice, pero no alcanza a escuchar y a reconocer como propio.
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*Artículopublicado en el periódico El Porvenir (31.03.2021) sección editorial p.3.
Cura por la palabra
Camilo E. Ramírez
Sigmund Freud inventó un procedimiento (el psicoanálisis) de atención a través de la palabra, esto quiere decir, a grandes rasgos, que el sujeto se cura con y a través de su palaba. No de cualquier palabra, sino de una que se ejerce de manera singular: hablar de todo lo que venga a la mente, por más ilógico, sin sentido o vergonzoso que parezca. No es solo hablar de lo que se quiera, buscando quedar bien con nuestro interlocutor, el psicoanalista, sino decidir a voluntad abandonar el gobierno de por dónde irán nuestras ocurrencias, al tiempo que se suspende todo juicio crítico-lógico y moral sobre lo que se vaya diciendo. “…Compórtese como lo haría, por ejemplo, un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino del pasillo como cambia el paisaje a su vista" (Sigmund Freud, Sobre la iniciación del tratamiento)
Esa libre asociación del paciente en análisis, que llamamos analizante, no es del todo tan libre. Libre si, del control a voluntad de la persona, no tan libre de los condicionantes y determinantes inconscientes (el hilo conductor) que irá organizando no solo la emergencia de tal o cual palabra, idea o frase, sino su articulación. Eso a lo que el padre del psicoanálisis también llamó “la otra escena” (eine andere Schauplatz) para referirse a los contenidos Inconscientes que determinan la vida consciente, por ejemplo, lo que se dice, hace elige, etc.
Mientras que la vida consciente funciona a partir de un principio de no contradicción, de identidad y tercero excluido, el sistema inconsciente lo hace a través de una lógica diferente: coexisten los opuestos, es atemporal y posee una significación polifónica. Esto quiere decir que un mismo elemento puede poseer, por desplazamiento (metonimia), condensación (metáfora) y figurabilidad, diversos significados. Mismos que antes de analizarlos, parecían inconexos, absurdos, ilógicos y caóticos. Pero que, poco a poco, van mostrándonos sus significados más elementales, en relación con aquello que nos aquejaba.
Es una cura con y por la palabra, donde la palabra se muestra no solo como campo (lenguaje) sino como acto (habla) que muestra nuestra relación de dependencia de esta, al mismo tiempo que transgrede dicho orden, para crear algo nuevo. En ese sentido, diferente a lo que se cree, en análisis no solo está implicada una dimensión de desahogo y catarsis, como cuando alguien nos dice que se siente muy bien después de contarnos algo que le hace sufrir, sino el investigar las lógicas que estructuran, producen y mantienen tal o cual situación, padecimiento y sufrimiento en el presente extendiéndolo hacia el futuro, para buscar subvertirlas; ya que no es solo desahogarse, investigar y entender que del pasado afecta en el presente (permanece en la predicción del pasado) sino sobre todo, construir algo en el presente-futuro a partir de lo vivido; no es solo recordar y recordar, sino reinventar (resignificar) con las mismas piezas, inclusive inventar nuevas, ahí donde el recuerdo y el relato encuentran su límite.
De lo miserable del padecer al mi-ser-hable del padecer, para crear algo diferente con aquello que se vivió y sufrió. Poniendo un punto de basta en el presente, una conclusión, un límite, a fin de crear el presente-futuro, ya no anclados a la nostalgia, sino entusiasmados por el riesgo asumido por un presente-futuro que, al mismo tiempo que es maravilloso, no deja de mostrarnos su constante inexistencia y su necesidad de ser igual y constantemente inventado.
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*Artículo publicado en el periódico El Porvenir (14.04.2021) sección editorial p.3.
La muerte y el duelo
en tiempos del Covid-19
Camilo E. Ramírez
¡La muere es siempre sorprendente! No hay nada que nos prepare o proteja de ella. Es un verdadero trauma: inesperada, sorpresiva, inimaginable e irreversible. Nos tumba del lugar de potencia donde creíamos estar.
Cuando un ser querido muere, sentimos que en cierta forma nuestro mundo viene a menos. Sentimos que morimos un poco en vida -decía Freud. No será lo mismo sin esa persona amada; su presencia, su compañía, su voz, su aroma.
Ahora, en este nuevo tiempo que comienza después de su partida, le recordamos, buscamos en las redes y laberintos de la memoria, aquellas vivencias juntos, sus palabras, sus dichos, sus anécdotas. Las valoramos y custodiamos, son testimonio del tiempo compartido. Sin darnos cuenta, vamos recolectando trazos, pinceladas que nos acompañan y consuelan, intentando la imposible labor de descifrar el sentido de una vida que nos ha dejado, y quizás un poco la nuestra. Vemos quizás en nosotros algunos reflejos y ecos que nos tocan y, al instante, se nos escapan. La poesía, tanto la ya escrita, como la que vamos redactando, nos acompaña para expresar lo imposible, aquello que tenemos clavado en el corazón; podemos transitar por relatos cargado de humor, de las risas a las lágrimas, ante la dureza de la partida de quien ya no nos contestará el teléfono.
La muerte es un parteaguas que marca un antes y un después. Algo que tiene la potencia de abrir e inaugurar un tiempo nuevo. De sacudir los cuerpos y conciencias que solían hilvanarse en tiempos-rutina que se suponían -o al menos se vivía como sí así fuesen- permanentes y seguros. La continuidad se ha rasgado, mostrándonos no solo la fugacidad y evanescencia de la existencia, sino la potencia creativa del instante, de cada momento que tenemos frente a nosotros, de siempre poder ajustar y cambiar el rumbo. “Cada uno de nosotros somos GPS ambulantes, reorientamos a cada momento nuestras rutas de vida” (Jorge Forbes)
En estos tiempos en los que el mundo entero ha sido golpeado por un virus nuevo, la enfermedad y la muerte se han hecho presentes de manera contundente, y, por las condiciones específicas de la pandemia, de formas nunca experimentadas: algunas personas no se han podido despedir de sus seres queridos como hubiesen querido, rápidamente pasaron de los primeros síntomas, al agravamiento súbito, internamiento hospitalario y fatal desenlace. Todo ha sucedido en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de ser una certeza, siempre es sorprendente. Como si con nuestra sorpresa ante la muerte, que resiste al paso de las épocas y generaciones, quisiéramos no darnos del todo por vencidos, e intentar lo imposible, y quizás un día vencerla definitivamente. “Estamos hechos para nacer infinitas veces y no para morir. Por ello el nacimiento de un hijo siempre es una verdadera fiesta, que porta consigo la esperanza de que la vida sea siempre más fuerte que la muerte” (Massimo Recalcati)
A pesar de que hay quienes minimizan el azote del coronavirus, argumentando inclusive, eugenésicamente -estilo ideología de estados totalitarios- “Que se mueran los que se tengan que morir”, creyendo que solo los más fuertes valen y merecen vivir, mostrando estadísticas de otros padecimientos, comparándolas con las del covid-19, esta pandemia ha sido de cambios radiales en todos los contextos y ordenes sociales. Además, hay que recordar que el dolor y la muerte -como el amor- son siempre singulares y por lo tanto no caben en las visiones macro. La muerte, como la vida, siempre es una a una. Por ello para el psicoanálisis la verdad, una vida, nunca es un número, una tabla o una teoría, sino una historia de lo singular, algo que se manifiesta como lo irrepetible e incomparable, uno a uno.
El nuevo coronavirus ha forzado a modificar los hábitos y costumbres a lo largo y ancho del mundo, alcanzando los rituales fúnebres de despedida de los seres queridos que han fallecido. De tal forma que los acostumbrados días de velación que culminaban con el sepelio, se han acelerado, reduciéndose a un par de horas y ante la presencia de un número reducido de familiares, cuando no cancelados. Teniendo entonces que inventar nuevas formas de transitar por esa dolorosa experiencia, caracterizadas por los contactos a distancia vía electrónica y la celebración de los rituales fúnebres en casa, retomando o dando por primera vez, un gesto de mayor intimidad.
La tradicional velación y celebraciones de cuerpo presente prácticamente han desaparecido, lo mismo los tiempos y ritmos asociado a ellas (acompañamiento de familiares y amigos en la capilla, la misa o celebraciones religiosas de cuerpo presente, la procesión hacia el panteón, el sepelio, la reunión en casa, en compañía de seres queridos para comer y beber algo, para platicar, llorar, abrazarse…) se han reinventado. Ello ha permitido una liberación y un respiro, a quienes veían en dichas tradiciones fúnebres solo una pesada obligación social, la oportunidad de apartarse del “lugar común”, para vivir sin convencionalismos su experiencia, apropiándose de ella de manera singlar. Es decir, decidir cómo querer vivir esa experiencia. Mientras que los que contaban con ese soporte social-familiar de las celebraciones fúnebres, como una forma de poder atravesar el dolor de la muerte del ser querido, al borrarse durante la pandemia, han experimentado una verdadera crisis, amplificándose aún más su dolor.
Lo cierto es que, sea que uno se coloque en un grupo o en otro, ambos tendrán que inventar de manera singular y creativa las formas de entrar en contacto con esa experiencia que es la muerte. Ya que ni antes ni después de la pandemia, tanto si se cuenta con rituales como se está sin ellos, se está exento de la participación singular que cada uno hace ante el evento que le aqueja, de hacer algo con lo que se ha vivido, hacer algo nuevo con la herida, convertir el sufrimiento en poesía, en decisión, desarrollo, transformación y tecnología, proyecto, herencia a ser reconquistada….(ponga aquí las que usted invente)
*Artículo publicado en el periódico El Porvenir (18.11.2020) sección editorial, p. 2.
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