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El contagio silencioso 

 

Camilo E. Ramírez

 
 

“Si no hay salud no hay vida, no hay educación, no hay economía”

Manuel de la O. Cavazos

 

 

“De algo me he de morir”, “Eso no es cierto, son puros inventos del gobierno”, “Igual y ya me dio y ya estamos todos inmunes y andamos dioquis todavía con miedo”, “Mira si ya están abriendo los negocios, por algo será, ya no hay peligro”, “Los suplementos vitamínicos no funcionan” (dicho en boca de muchos médicos al inicio de la pandemia, para meses después) “Yo creo que si funcionan, hay que tomar mucha vitamina C, D y Zinc para fortalecer el sistema inmune”, No creo que me pase a mí, solo voy a ir con mis papás, es que cumple años”, “Ya no aguanto este encierro, me vale mad.., me voy a salir”…

Estos comentarios -entre muchos otros más- revelan algo fundamental de la población: una profunda ignorancia sobre ciencia, en particular, sobre cuestiones elementales de salud, así como un igualmente marcado individualismo: “Primero mis dientes y luego mis parientes”. Que considera que la libertad -como la salud- es una atribución o posesión egoísta para hacer lo que se pegue la gana y no un derecho que se posee y se ejerce en el colectivo, es decir, en relación con el respeto y diálogo con los demás, en un marco legal establecido. Similar a quien cree que porque compró una bocina está autorizado/a a subirle a todo volumen a altas horas de la noche sin importar los vecinos, pues está en su casa y él/ella compró la bocina y la casa.

Parece que pocos ciudadanos han entendido que, si se cuidan ellos, cuidan a sus familiares; que proteger a otros es protegerse a ellos mismos y a los suyos. Que igualmente, al descuidarse se descuida y pone en peligro a los demás, inclusive a ellos mismos, quienes sostienen un terco e ignorante “¡No pasa nada mbre!”. Pues dadas las condiciones de la pandemia, jugarle al individualista y no ver la realidad más amplia es poner en riesgo a todos: la salud, la vida, la educación y la economía, hacer que esto dure más tiempo. Pero tal parece que el dolor y sufrimiento vivido solo en carne propia es la única forma de que algunos se sensibilicen con las problemáticas más amplias que se gestan y mantienen por las condiciones y acciones de todos los ciudadanos. “¿A quién te tienen que desaparecer para que entiendas la gravedad de la violencia hacia la mujer (secuestros, trata de blancas, red de pedofilia, feminicidios…)? -decía un cartel que sostenía una mujer durante una marcha. En esa misma línea, ¿Quién de nuestros seres queridos tendría que enfermar y padecer de Covid19 (internamiento, intubación y fallecimiento) para que entiendan algunos, de una buena vez, que la pandemia y el virus son cosas sumamente peligrosas, por ahora más importantes que las actividades de esparcimiento?

Todo esto sucede, mientras se presenta una nueva oleada de contagios de covid19 por todo el país, y paralelamente, debido a la educación a distancia, se han presentado algunos casos de conductas y comentarios sumamente inadecuados de maestros: docentes que agreden a estudiantes durante las clases virtuales. Generándose repudio y críticas de ambas partes. Hay quienes apoyan a unos y a otros, mientras hay quienes no están de acuerdo: que si el maestro es necesario que hable así, porque eso no es nada comparado con el campo laboral, que no es necesario ofender para enseñar. La dificultad, una vez más, es la ausencia de dialogo. Finalmente, algunos docentes se disculpan sin asumir responsabilidad (“Si alguien se ofendió…”)  arman un discurso de víctima en relación con el estrés que sufre por la pandemia. Y entonces los agraviados se pasan al lado de verdugos, quienes, sin piedad, piden el peor de los castigos para el profesor, amparados en el sufrimiento y coraje que les causó. Pareciera que la indignación, el estrés y el dolor, justificarían todo. Y eso no es así, pues de serlo, las tres figuras (estrés, indignación y sufrimiento) terminaran por cancelar la responsabilidad de cada sujeto, quesque porque se estresó, quesque porque se ofendió, quesque porque ya no aguantaba estar encerrado. ¡Fosfo! ¡Fosfo! ¡Fosfo!

Efectivamente, en la vida uno puede estar atravesando un momento difícil que ocasione una sensación de tensión o estrés, de dolor o incertidumbre. Pero ello nuca dará el derecho de ofender o desquitarse con el otro, sin embargo, ¿No es acaso el mismo discurso que sostienen muchos: me merezco salir, qué tanto es tantito, no pasa nada, por el solo hecho de que sentir que se está full de estrés, de desesperación; “ya trabajé, ya estudié mucho, me lo merezco”?  Traducción: me merezco hacer lo que me plazca sin importarme los demás, mi capricho es el único que vale, no el otro, el semejante y su derechos, ni la sociedad, no me interesa el virus y la pandemia, solo mis intereses; soy ignorante, no me doy cuenta que si todos operamos así entonces la pandemia durará más tiempo, no me doy -ni quiero darme cuenta- que si le juego al individualismo en la sociedad, de primero mis dientes y luego mis parientes, al no considerar el efecto de mi actuar en el colectivo social más amplio, seré un elemento importante en la propagación del virus y de una lógica perversa de violencia que busca cualquier fin independiente de los medios; justamente eso mismo que estoy padeciendo y de lo que me siento prisionero, una víctima. Sin darse cuenta de que es el/ella misma el agente causante del propio mal, individual y social, que se padece.