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Comprensión imposible

 

 

Camilo E. Ramírez

 

La comprensión y empatía son dos cuestiones imposibles de alcanzar al 100%. Esto no solo radica en que algunas personas cometan errores o imprecisiones en la comunicación, en las formas de emplear el código, sino en la naturaleza misma del lenguaje: las palabras no permiten decirlo todo, sino al menos un decir-a-medias respecto a la realidad y a los objetos que habitan en ella; además, el sentido no solo está en quien habla, sino, sobre todo, en quién escucha. No existe comunicación humana corazón a corazón, de identidad a identidad, de sentimiento a sentimiento, empática. En ese sentido, no puede una mujer entender mejor a otra mujer, un hombre a un hombre, un alcohólico a un alcohólico, etc.

Cuando hablamos o escribimos, nuca sabemos del todo, qué entenderá el otro de lo que decimos, solo cuando algo de eso retorna y se produce un feedback, entonces se puede abrir el mensaje, debatir.  “El sordo no oye, pero bien que compone”, reza la sabiduría popular. En tanto hablantes, los humanos, todos somos “sordos”, que componemos un mensaje. Pero ¿desde dónde componemos ese mensaje? ¿Cuáles son los elementos que participan en esa composición de sentido y memoria?

Las formas en las cuales cada uno construye el sentido de lo que se escribe, dice, escucha, lee…en última instancia, lo que se experimenta en su vida, fueron teorizadas por Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, bajo el nombre de Transferencia. Una forma técnica para para referirse al conjunto de reacciones, pensamientos, afectos y sentimientos, que el analizante (el paciente en análisis) re-vivencía o atribuye a la persona del psicoanalista. Dicho fenómeno psicológico no solo se presenta dentro de un proceso o tratamiento psicoanalítico, sino en cada una de nuestras relaciones. Es un proceso psicológico inconsciente que estructura y participa en cada forma de comunicación cara a cara y a través del ciber-espacio: ¿Quién es el otro/a para mí?

Cuando algo del sentido se pierde, es obscuro o ambiguo, el oyente tenderá recuperar algo de ese sentido perdido a través de un rasgo de identidad con el cual se le da una cierta consistencia a los mensajes y a la vida: “¡Claro! Eso lo dices por mí, ¿verdad? porque es una indirecta para decirme que soy un pend…? ¡Lo entiendo clarísimo!”

Mediante la localización de la transferencia (lo que cada uno le atribuye a los demás) se puede conocer esas circunstancias personales y subjetivas a través de las cuales se le da forma y “color” al sentido de lo que se experimenta, sus repeticiones, problemáticas y también sus posibilidades. Ya que la transferencia no solo es repetición de algo ya instalado, un movimiento automático conocido, la misma “piedra” de tropiezo que aparece una y otra vez, sino motor y movimiento hacia delante, hacia lo nuevo. Algo que es vivido con entusiasmo, amor y apertura. Los humanos no solo somos repetición, sino diferencia y creación.

Cuando dos o más personas dialogan cada una encuentra al menos cuatro mensajes: uno que el otro desea transmitir y no consigue, otro que yo entiendo y uno más que se me escapa, pero permanece ahí, cifrado a la vista. El sordo no oye, pero bien que compone, muestra algo fundamental de la vida y comunicación humanas: que el sentido que se produce y atribuye al mensaje que se recibe, siempre es en parte una producción del oyente: “el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida, [es decir], que la palabra incluye siempre subjetivamente su respuesta” (Jacques Lacan) De ahí que lo que se diga y localice en el otro, es en parte —o guarda—una cierta relación con el emisor, con su propio mensaje, con eso que dice, pero no alcanza a escuchar y a reconocer como propio. 

 

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*Artículopublicado en el periódico El Porvenir (31.03.2021) sección editorial p.3.