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Violencia de padres a hijos

 

 

            Camilo E. Ramírez

 

Muchos padres, madres y tutores ejercen algún tipo de violencia hacia sus hijos. Esta puede ser de tipo directa (física, sexual, verbal, etc.) o indirecta (estructural, simbólica, infravaloración, etc.)

Lo primero que tienen que saber tanto las personas que ejercen violencia, como quienes la padecen es que es un delito que se persigue de oficio, es decir, que independientemente de que se retiren los cargos, el Estado va a realizar una investigación para castigar a los implicados e impartir justicia a las personas que la han padecido.

Quienes ejercen algún tipo de violencia hacia sus hijos lo hacen por múltiples motivos: hay quienes piensan que el ser padre, madre o tutor, otorga una facultad ilimitada para “hacer y deshacer” de la manera más cruel y violenta sobre el tiempo, el cuerpo y los recursos, en sí, sobre toda la vida de sus hijos; ubican el rol parental o de tutor como aquel similar al que tenía el Soberano sobre la vida y la muerte, que conocemos en la historia de la humanidad, sobre todo en la Edad Media, con la fantasía del dictador que cree que para que el pueblo funcione mejor tiene que estar sometido todo el tiempo. Otra de las causas de violencia es la desesperación: la propia angustia mal manejada ante el hecho de desempeñar un rol parental, que los lleva a estar permanentemente explotando en cada situación, en la cual los hijos no hacen lo que se espera de ellos. Son los casos de violencia impulsiva: la reacción inmediata que toma a menudo por sorpresa, incluso, a quienes la ejercen, con fatales desenlaces.

Un aspecto básico por considerar es la necesaria diferenciación entre cuidar, educar y controlar. En donde esta última pude estar para muchos muy vinculada con prácticas violentas. Creer que a la autoridad es igual a autoritarismo, al ejercicio del poder (verbal, físico, sexual, económico, etc.) y dominio sobre el otro. Cuando más bien la autoridad tiene que ver con autor, alguien que crea las condiciones para que algo suceda, que marca un sentido, pero no EL sentido. Que, en el caso de los padres de familia y los tutores, este rol no sería algo a ejercer con violencia e imposición (grito, última palabra sobre la vida) sino algo que funciona como testimonio de que en la vida puede existir un sentido, y que ellos, que funcionan como referente para sus hijos, puedan ser claves para que cada uno de sus hijos/as logre lo propio en el camino que desee emprender.

Los hijos que sufren violencia por parte de sus padres se confrontan con la difícil decisión de tomar acciones de defensa contra aquellos que, en lugar de amarlos y cuidarlos, los han violentado. Sin embargo, es importante que cada uno entienda que sus padres o tutores, al no estar a la altura de su rol, no los obligan a guardar silencio o complicidad con sus progenitores y hermanos; pues siempre pueden hacer algo mejor con aquello que les han hecho, y ello implica en muchos casos, sí una situación difícil, pero al mismo tiempo, dignificante. Que les aproxima, ya desde el primer momento, a un proceso de defensa, no solo física sino psicológica. Ya que alguien puede pensar que la violencia que ejerce o padece es un estado normal de las cosas que suceden, que simplemente tiene que aguantarla porque sí, que en eso se basa la estabilidad de la familia, etc. Forma de pensar muy generalizada y que criminaliza a las personas que padecen violencia cuando deciden defenderse, o que las constriñe al silencio.

La violencia hacia los hijos, por lo tanto, no es una forma o estilo de crianza, la “vieja escuela” que, hacia funcionar mejor las cosas, sino un ejercicio terrible y autoritario, una ruptura del pacto de amor y cuidado hacia los hijos, algo que hace que los padres y tutores vengan a menos a la responsabilidad y dignidad de su función de crianza, educación y cuidados. La violencia es algo que debe ser atendido y detenido de inmediato. Si usted ejerce o padece algún tipo de violencia tiene que buscar ayuda legal y psicológica de inmediato. 

 

*Artículo publicado en el la sección editorial del periódico El Porvenir(24/02/2021)


 

 

 

 

 

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¿Por qué les grito a mis hijos?

 

Camilo E. Ramírez

 

En el siglo XXI, el psicoanalista que cree en el inconsciente irresponsable,

no trata el síntoma y no cura[1]

Jorge Forbes

 

“¿Por qué les grito a mis hijos? Ya no quisiera hacerlo. ¿Será mi inconsciente?”– me expresaba alguien recientemente.

Definitivamente es una pregunta que implica singularmente a quien se la plantea, no hay respuestas generales, ya listas para contestar desde un lugar común.  Cada persona y experiencia son únicas, nada ni nadie puede pronunciarse o explicar por qué sucede tal o cual cosa, sin ser parcial y reduccionista. Las experiencias siempre exceden a su conceptualización. Por ello, cada persona tendrá que responder de manera singular por sus preguntas. Un psicoanálisis ofrece esa experiencia singular.

No obstante –a manera de brújula- podemos plantear algunos puntos, para iniciar la reflexión, en caso de que alguien lo requiera.  

Podríamos decir que un grito es algo previo a la articulación de cualquier palabra, una experiencia primordial; el primer grito de la vida. Los padres son aquellos que responden al grito de la vida. Pero el grito también es, al mismo tiempo, un exceso, una palabra desarticulada, desnuda, sin bordes ni cortes, una pura continuidad que intenta contener y expresar ESO que excede a las palabras, cuando no las intensifica, subiéndole el volumen; acallándose las palabras, pasan la estafeta al grito, un puro sonido cargado de fuerza, algo para decir y dar cuenta de lo imposible, algo en relación al dolor y al miedo, también a la nada, al sin sentido, a la felicidad y al gozo, pensemos en las experiencias de los gritos ante la alegría, el dolor, la tristeza, la muerte y el orgasmo.

El grito al que se refería quien hacía esa pregunta –diría después- lo reconoció en relación al enojo producido por el incumplimiento de tal o cual cosa, no solo en detalles prácticos del día a día, sino en constatar que el ideal que había puesto sobre ellos, no se estaba realizando como lo deseaba, como lo había planeado e imaginado. En ese sentido, el grito le hablaba de su frustración, haciendo un reclamo.

“Un hijo es una poesía” Massimo Recalcati[2]

 

Al plantear que un hijo es una poesía, se está usando una figura para decir lo imposible –justo como en la experiencia del grito- sobre la relación con los hijos; que así como la poesía requiere el lenguaje, del código, un hijo requiere recibir la vida de sus padres, en un sentido estrictamente biológico; mientras la poesía es una subversión e invención constantes del código preexistente, un hijo inventa su vida subjetivamente hablando, a cada instante, ante la mirada del “código parental”, que no sabe por dónde irán sus vástagos, causando extrañeza e interés, pero también, bajo otras lógicas, enojo y frustración. ¡Mis hijos no son como yo quería!...dicha frase puede leerse como reclamo o celebración ante la superación de las expectativas, el rechazo del peso que cargaban las identificaciones impuestas.

Lo fácil no es amar a los hijos cuando se cree que son nuestro reflejo o copia exacta, sino en su diferencia, radical y absoluta, algo totalmente diferente a nosotros, amarlos en su “lengua extranjera”.

El  grito siempre implica a quien lo profiere, responsabilizarse por ello consiste  encaminarse a saber su sentido, aquello que intenta decirnos, para, a partir de ello, inventar una respuesta nueva, más creativa. 

 


[1] Forbes, J. Inconsciente e responsabilidade: Psicanálise do século XXI, Baureri-SP: Manole, 2012, p. XIII.

[2] Cfr. Recalcati, Massimo. Il segreto del figlio. Milano: Feltrirnelli, 2017.

 


 

  

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Padres e hijos: una poesía

Camilo E. Ramírez

 

Cuando hablamos, empleamos un código que posee reglas gramaticales específicas que nos permiten –no sin ciertos malentendidos imposibles de descartar- comunicar un mensaje. Decimos “no sin ciertos malentendidos imposibles de descartar” ya que entre lo que uno dice y lo que nuestro interlocutor y viceversa, entiende, hay un abismo, una resonancia infinita de sentidos y significados. De ahí que el malentendido no sea un error de quienes hablan y/o escuchan, sino una característica inherente al lenguaje, es decir, estructural a la comunicación misma, solo hay mal entendido.

El código del lenguaje nos preexiste, es decir, existe antes de nuestro nacimiento. Los humanos tenemos dos nacimientos, uno biológico y otro de lenguaje (conciencia) Somos seres de lenguaje (parlêtre, Jacques Lacan). Usamos y somos usados por el lenguaje, sin embargo, el código nunca “sabe” por donde irán nuestras ocurrencias, ideas y combinatorias, habladas o escritas. En ese sentido, si tomamos el ejemplo de la poesía o el del método psicoanalítico de la asociación libre, hablar todo lo que se venga a la cabeza, éstas son subversiones de los usos establecidos por el código, sus principios y reglas. Y por lo tanto un poeta –como alguien en psicoanálisis- es alguien que logra despegar las palabras de sus usos y sentidos comunes, para darles un giro semántico inédito, jugando con los diversos efectos de sentido que se van articulando en sus versos, en sus ocurrencias y así crear nuevas formas y lazos con la palabra. Pero no solo los poetas pueden realizar eso, sino toda persona que advierta que las ideas, en tanto formas, tienen la fuerza de fijar un sentido a alguna cosa y también destrabarlas, transformarlas, amplificarlas.  

La experiencia psicoanalítica, aquella inventada por Sigmund Freud y desarrollada por Jacques Lacan, permite advertir los efectos de identidad cuando un sujeto asume una imagen, una palabra que cree lo representa, así como las modificaciones que puede realizar al des-pegarse de los referentes que creía fijos que pensaba le definían, para estar listo para cualquier circunstancia de la vida.   

Una hija, un hijo, es siempre una poesía, en el sentido, que nunca responderá a los ideales que sus padres se han planteado, sino que, como una poesía, hará una invención, una subversión de los mismos. Ello puede producir en sus padres, además de orgullo al ver que su hijo/a no es solo eso que es extensión de sí, sino algo diferente, en otros casos puede producir, justamente por ello, porque el vástago no repite el ideal planteado por sus padres, decepción, enojo, tristeza…y para poder lidiar con dichas sensaciones incómodas, extrañas, responden, muchas veces, no de la mejor forma, buscando restablecer un cierto “orden” mediante acciones desesperadas, como regaños, castigos, gritos, golpes, sermones, cada uno organizando por una visión moralista, disciplinaria (castigos y orden en todo) o psicológica-positiva-humanista-adaptativa mediante los cuales se desea “regresar al buen camino” a la hija o al hijo, que cumpla con el ideal que se le supuso. Estrategias reaccionaras (un acción para atrás) que hacen que ambas generaciones menos se entiendan. ¿Qué hacer en tales contextos?

Una de las funciones elementales de una madre, como de un padre, es en cierta medida, custodiar el secreto del hijo (Massimo Recalcati, El secreto del hijo) es decir, contemplar su existencia como una “poesía”, como un espacio no conocido, no calculado, pero que está en desenvolvimiento, nuca se sabe por dónde irá; pasar de ser referentes dictatoriales-disciplinares, para poder ser agentes de inspiración, ver en los padres a personas que desean cosas, personas que eligieron una vida y se responsabilizan por ella (Jorge Forbes, Você quer o que deseja?) mostrando a sus hijos que ellos pueden hacer lo mismo: estar listos para recibir lo extraño de sí y del otro, tomarlo como fuente inagotable de creación y respuesta. 

 


 

 

 

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¿Cómo ser padres en estos días?

 

Camilo E. Ramírez

 

Cada hijo es una poesía

Massimo Recalcati

 

En principio, ser padre o madre, es algo difícil de establecer qué es, cada experiencia es única; no hay recetas ni modelos ideales de qué es ser hoy madre o padre, padres. Sin embargo, podríamos decir algo al respecto, incluso sobre lo que no sería ser padres. 

Ser padres no es tener la última palabra sobre la vida y la muerte. Aquellos progenitores que ostentan saberlo todo, se vuelven insoportables en el día día, tanto para ellos mismos –pues tienen que esforzarse todo el tiempo por ser híper-potentes, omnipresentes, omniscientes- para sus parejas e hijos; no hay nada más odioso que alguien creyendo que tiene la primer y última palabra sobre todo, que se ha identificado uno a uno con la razón y que desea imponérsela a todos a capa y espada, instaurando un reino del “saber vivir”. 

Por otro lado, ya que se ha hablado de la muerte, sería un buen  ejercicio de la paternidad siempre incluir la muerte en la propia palabra, es decir, la finitud e imposibilidad de saberlo o abarcarlo todo, de que la palabra y la vida están organizadas por la contingencia, y que la función de padres debe ir más allá de un simple y autoritario “decirle a los hijos, a la familia que hay que hacer y que no”, pagar cuentas, ser proveedor, sino más bien a un asunto de resonancia, de creatividad e inspiración, de amplificación de horizontes de vida. 

El padre debe ir mucho más por una característica de inspiración. Alguien que puede responsabilizarse por una vida que eligió, y con eso hacer que su hijo también pueda elegir la suya.  (Forbes, 2018)[1]

 

En ese sentido, el padre no es quien sabe todo sobre el hijo, sino quien hace de su vida un testimonio, que en la vida se puede tener un sentido de vida, un deseo, inquietudes por hacer, por explorar y, siguiendo a Massimo Recalcati en su El secreto del hijo[2], ser padre es alguien que custodia el secreto del hijo, el secreto de su hijo, es decir, de eso que no está aún desplegado, pero que al custodiar el silencio y el secreto del hijo, se está salvaguardando la potencialidad generativa del deseo de cada hijo, nunca imponiéndole un deber ser, como lo hace aquel “apóstol” que cree saberlo todo. Sino permitiéndole encontrarse con aquel deseo que le habita.  Ello en estos tiempos de excesiva regulación y vigilancia para todo, dar un voto, una apuesta, con amor por la palabra y vida del hijo, que observa a cada uno, uno por uno, y no somete a la reglamentación universal, es ya una cura, la cura de lo singular.

La creatividad e inspiración son esenciales, así como la responsabilidad ante lo creado y puesto en circulación en el mundo, pues ese mensaje de la libertad puede ser retomado irresponsablemente en un contexto de “todo se vale” que nadie se haga responsable, que nadie asuma una posición ante lo que dice o hace, por demás peligroso, incluso para quien lo ejerce, pues puede verse envuelto en un espiral cuesta abajo sin frenos, donde todo da igual y nada cuenta, presa del consumo de su propio goce y, en la esfera política e institucional, el ascenso del poder ultra conservador de ultra derecha que sustenta la idea que solo en una regulación psicopolítica y militar se puede tener orden, constriñendo aun más el deseo y la creatividad.

Por su parte el deseo, es experiencia, encuentro, creatividad, amplificación y responsabilidad; hacer del propio deseo, de la propia vocación, serie, sentido de vida. Sin garantías totales, sino de exploración e invención. 

 


 

[1] Forbes, J. Programa Terra Dois: O chefe que virou chef. TV Cultura: São Paulo, Brasil 2018 

[2] Recalcati, M. Il segredo del figlio Milano: Feltrinelli, 2017


 

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Un/a hijo/a: un gesto creativo

 

por

Camilo E. Ramírez

 

Todo hijo/a es único y adoptado/a, pues cada uno/a porta una insustituible singularidad, que nada tiene que ver con los padres o hermanos, con la herencia; cada madre y padre, no obstante el haber engendrado, se apropia de su relación y función por algo que nada tiene que ver con la biología, sino con la palabra y el amor.

Cada hijo/a no está llamado a ser extensión de sus padres, copia exacta, sino creación poética. Que como la poesía, que requiere del lenguaje, y aquél/la de los padres, no preexiste en el mismo (o en ellos) nada que anticipe el acto creativo de la articulación nueva que será. Eso le toca hacer a cada hijo/a: separarse, diferenciarse de la familia, de la herencia, pasar de “ser hablado” (definido, descrito) por sus padres a ser su propia poesía, su gesto, su movimiento, protagonista de su propia historia. De ahí que ser hijo/a requiere siempre un descompás, una "ir más allá", una inventiva, diferencia y extrañeza para sus padres (¿Cómo es posible que el/ella sea....si yo soy...?) quienes, sea el caso, pueden permitir, custodiar y amar su secreto, el secreto que porta cada hijo/, permitiéndole su diferenciación, o en cambio, establecer odio y prohibición de por medio, cancelarle su legítima diferenciación. 

 

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Reglas y límites


Camilo E. Ramírez

La función de las reglas y límites -en casa y en la escuela- no se reduce solamente a un cumplimiento normativo (el tener que hacer tal o cual cosa, so pena de recibir un castigo, un regaño, una consecuencia, evitar un peligro o malestar, etc. -como gustan decir muchos maestros, psicólogos y psicopedagógos) sino la de ser un referente para la constitución de la diferencia de cada sujeto, de cada persona; espacio y vínculo donde la autoridad se mostrará como una autoridad del maestro que crea algo, un lazo, una relación con el deseo, con el amor por el saber, que no reduce su función en la escuela a un puro ejercicio (disciplinar, sádico, etc.) de la disciplina por el "bien del otro", con su única letanía de cumplir reglas y trabajos, pasar exámenes, para acostumbrarse a obedecer, sino un espacio donde se puede encontrar, en la palabra del maestro/a, algo que no existía, un objeto del saber, una relación diferente consigo mismo, con el mundo...amplificando con ello los caminos y horizontes de vida, generando capacidades e intereses que no existían previamente. 

Consultas de asesorías y cursos para escuelas, maestros y padres de familia:


(81) 83462009
0448115019739
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skype: camilor.ramirez

 

Sostener la función: gajes del oficio

 

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Camilo E. Ramírez 

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Una madre, un padre de familia, así como un buen maestro, saben que no deben responder nunca al ataque que les plantea el hijo, el alumno; el despliegue y ejercicio de su función, implica poder soportar, sostener la tensión y  agresión que les es dirigida, nunca “pagar con la misma moneda”, a fin de no dar punto de apoyo alguno, confirmando, a eso que les es ofrecido a través del vínculo que tienen (gajes del oficio) como efecto de lo que el otro le ofrece,  si es que desean producir una experiencia donde al hacer, digan, muestren en acto, produciendo un gesto, que logre transmitirle y enseñarle algo al otro sobre sí mismo. De lo contrario, responder pagando con la misma "moneda", violentando al hijo/a o al alumno/a, no solo hacen desaparecer la función parental o del maestro, sino los reduce al otro especular, que al igual que ellos, está sumido en la angustia, en el sin sentido, sin poder orientarse en su función, ofreciéndole la violencia y el poder, como única vía para hacerse un lugar.

Las artes marciales orientales, enseñan algo que es eje de la comedia, de la poesía, como de la función parental y del enseñante: esa agresión, esa fuerza, ese desgaste de vitalidad que viene del otro, es justamente con eso mismo que se le responderá, basta con saber-se colocar en un punto justo para mostrar que la fuerza que dirige el ataque, es la misma con la que el otro hace su defensa, desequilibrándolo: me defiendo con tu propia fuerza, te enseño con tu propio ataque, arte de la enseñanza.  

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Hablar con (su/sus) adolescente/s 

 

 

 por

Camilo E. Ramírez

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“Cuando los adultos nos saben que decir, te aplican, EL cuestionario”

David Navarro

 

Que ¿Cómo puede uno saber, cuando ya no es un adolescente o un joven? Precisamente cuando uno los nombra/tipifica (“…es que los adolescentes/es que los jóvenes”) como si se tratase de una unidad homogénea y bien descrita. Justamente en ese punto, hemos dejado de oír la singularidad de cada uno.

Comparar, definir y clasificar, son operaciones que se aplican no solo en el ámbito de las ciencias físicas, sino en el campo de las humanidades. Pero a diferencia de operar sobre objetos físicos inanimados, los humanos solo podemos ser comparados mediante el despojo de nuestra singularidad y el establecimiento de modelos referentes, ¡El deber ser! Que tanto daño hace. Es decir, pensar la vida humana, entendiendo por vida, una sola forma de pensar la existencia, moral, biológica y psicológicamente, donde el todos y cada uno deberíamos ocupar un puesto determinado, a fin de poder encajar en la clasificación. Funcionar de tal manera es dejar, eso singular humano, en el olvido, pretender reducirlo al silencio, planteando que, “eso” precisamente que se sale de la norma, debe ser perseguido/corregido, so pena de ser excluido del intercambio y lazo social con los “normales”.

Dejar de pensar en “los adolescentes” como si fueran una unidad bien descrita, es darle voz y voto a cada sujeto, abrirse a la experiencia de reconocer en cada experiencia, las ideas, tensiones, deseos, ilusiones, quejas, angustias y anhelos que los habitan y encuentran. Sucede una cosa curiosa en el pasaje de niño o adolescente, y es que el/la amado/a y tierno/a bebé/niño/a, es considerado por los adultos que le rodean como toda bondad y ternura, pero de pronto, pasados los años, en algunos casos, la concepción se transforma, y aquella dulzura aparentemente inagotable, se torna angustia y desesperación por controlar cada uno de sus movimientos, bajo la idea del cuidado y protección, entonces las brechas aumentan y el diálogo parece imposible. Hay quienes tienen un verdadero deseo de dialogar, pero les inhibe el miedo de toparse con la incomprensión, ser regañados y castigados. Mientras que algunos padres creemos ilusoriamente que debemos plantar bien a bien nuestra autoridad mediante actos tajantes, como gritos y amenazas, pues si no se hace eso se teme que los hijos se “trepen” y “tomen la medida”, fantasía del dictador que cree que para controlar tiene que atemorizar, pues todos confabulan con derrocarlo.

Los hijos, como los alumnos, no son juguetes del adulto, simples objetos de estudio a ser moldeados (definidos) a placer o frustración;  no son ellos quienes deben cumplir con los sueños perdidos de sus padres y/o maestros. Sino más bien, permitirles encontrar, eso que andan buscando, sin siquiera saberlo del todo, siendo referentes, guías, si se quiere ver así, de que hacer, que no hacer, como no ser…a partir de lo cual alguien puede encontrar/crear posiciones nuevas ante su vida y el mundo que le rodea.

 

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¿Hijos espías?

 

 

 por

Camilo E. Ramírez

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-" ¿Y tu mamá ya tiene novio?" "¿Sabes si ya conoció a alguien?" - pregunta el padre a su hijo, quien incomodo le cambia el tema. 

- "Tu papá no los quiere, si los quisiera me daría más dinero para ustedes" -exclama una madre a sus hijos.

Situaciones, entre muchas otras, acontecen a los hijos ante el divorcio de sus padres: tener que oír ataques a quienes son sus progenitores, así como pretender ser usados como "espías" para obtener información que ayude a "atacar" o "contra-atcar" en un proceso legal. 

Para la ex-pareja el otro/a se trata de quien antes se amaba y hoy se ha separado (se odia, etc.) pero para los hijos los padres seguirán siendo sus padres. Esto a veces no se toma mucho en cuenta por ambos padres, quienes, atrincherados en sus argumentos, buscan afectar al otro, sea buscando "adeptos" en los hijos (¿Tu del lado de quien estas?) ello lleva, en muchos casos, a desestabilizar afectivamente a los hijos de ambos, quienes habitan entre un verdadero campo de batalla. Una de las posibles soluciones para ellos es dejar de confiar en ambos padres y "salir" a buscar otros referentes, cuando no, a cierta edad temprana, independizarse. Ya que los conflictos personales entre los adultos que los engendraron no les permiten a éstos cumplir con su función parental. 

Una de las recomendaciones básicas a los padres, ante un divorcio, es no convertir a los hijos en depositarios de su frustración o enojo hacia la ex-pareja ("¡eres como tu...madre/padre!") ya que el conflicto es con la ex-pareja y no con los hijos.  Poder diferenciar la relación de pareja de la función parental es elemental para tomar las decisiones adecuadas sobre la educación y la crianza de los hijos. Ello, evidentemente, requiere de un nivel de cierto diálogo con la ex-pareja que a veces es difícil lograr, pues los conflictos de pareja afectan demasiado las cuestiones relativas al rol parental. Diferenciar eso, da mucha claridad de decisión: se trata de ellos, los hijos, no de la pareja.

Evitar el "anda ve y dile" a tu madre o a tu padre lo que no podemos decirnos, es ubicar al hijo/a en una poción vulnerable y angustiante, haciéndole participe de los conflictos de los adultos, además de la impotencia de no saber que hacer ante tal o cual problemática, pues son cosas que le rebasan en mucho su comprensión y poder de decisión. Lo mejor seria no usar a los hijos para eso, sino hablar directamente en términos que ellos pueden entender y procesar. 

Una vez que la pareja ha logrado generar un acuerdo en común, que eso puede llevarse mucho tiempo y no sin conflictos de acuerdo a cada caso y situación, sobre en qué términos se van a divorciar, se puede decidir cómo comunicar a los hijos al respecto de la decisión, haciendo mucho énfasis en que ellos como sus padres siempre estarán con sus hijos, que el divorcio es sobre ellos como pareja no sobre los padres con los hijos. Esto, evidentemente debe acompañarse de acciones concretas ya en la vida diaria, en donde se manifieste el apoyo hacia ellos. 

Así como existe un proceso de noviazgo y matrimonio, también puede darse un proceso de separación y divorcio al cual le puede ser de mucha ayuda, ubicar ciertas nociones básicas. de cómo manejarlo en pareja, futura ex-pareja, así como con los hijos. Situación que a menudo queda un poco -o un mucho de lado- ante la prioritaria demanda económica y reparto de bienes a pelear, que algunas personas manifiestan como urgente a aclarar. 

 


 

Los niños y la violencia

 

por

Camilo E. Ramírez

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“Lo que no comprendían era que bajo

el ropaje de esta violencia subjetiva irracional

estaban recibiendo en forma  invertida el mismo

mensaje que ellos habían enviado”

Slavoj Zizek 

 

Las violencias entre niños y jóvenes no sólo son la manifestación de las tensiones entre pares, sino expresión del contexto social y familiar en el que viven.

De lo social a lo familiar, pasando por lo institucional, la escuela –posteriormente será el  lugar de trabajo- se van tejiendo las formas elementales de relación, entre las cuales podemos encontrar, la violencia, como una forma activa de relacionarse con los demás, que va más allá de la defensa y ataque, constituyendo, modelos que realizan una verdadera apología del crimen. El control y reducción del otro, mediante el amedrentamiento y la extorsión, incluso el asesinato, son vínculos que los niños y adolescentes reproducen, precisamente porque dichos lazos sociales se encuentran ya bien localizados en la esfera social, de la familia, el trabajo y la escuela, así como en el panorama político. Y en cierta medida – podríamos decir- han aprendido bien de dicha “escuela de vida”: la violencia como una forma de relación con el otro. Enseñar a los jóvenes a manejar, por ejemplo, no solo implica la adquisición de las habilidades técnicas para la buena conducción, sino la identificación con una cierta cultura vial. Lo mismo con la violencia, las agresiones y el asesinato, van formando formas de relación de una colectividad más amplia, ya no exclusiva de unos grupos bien identificados. Pues en cierta medida- la muerte y el crimen- por irónico y trágico que parezca, también se democratizan, es decir, lamentablemente llegan a más personas.

La cultura del narco, por ejemplo, es para muchos niños y jóvenes, una posibilidad de, por un lado, acumular rápidamente dinero y poder, objetos que seducen a más de uno. Mediante los cuales se plantean la posibilidad de sobrevivir en un contexto social –lo sepan o no- en donde ellos mismos han sido reducidos a simple cifra y organismo a controlar, permitiéndoles, el crimen, desafectarse de dichos efectos estructurales violentos. En ese sentido, podríamos plantear, que cierta violencia que ejercen niños y jóvenes es una forma activa de expresar aquella violencia estructural (desamparo social) que ellos mismos han recibido y padecido. Además de usar la muerte –narco-estado style- como una forma de dirimir sus conflictos, con la lógica de “Si yo veo que el Estado y el narco-estado, resuelven sus problemas asesinando, extorsionando y desapareciendo, cuando yo tenga problemas en la escuela, con la familia o de amores, haré lo mismo”

La violencia parte de las tensiones de con-vivir con el otro, ese otro que puede ser mi amigo y/o mi enemigo, aquel que me es necesario, pues me cuida y me ama, pero también puede odiarme, y ser la causa de mi aniquilación, de mi exclusión social (“Este pueblo es demasiado pequeño para los dos” – le decía un vaquero a otro) y por eso mismo debe de pagar las consecuencias, desaparecer o morir, ser objeto de mi venganza. Situación que obvia cualquier marco legal que regule las relaciones entre sujetos, y más cuando dicho marco legal sufre de poca, por  no decir nula, credibilidad, debido a la corrupción y demás crímenes que quedan en la impunidad. Dando la sensación de angustia y desamparo de “sálvese quien pueda”, “El que no tranza no avanza”, “Chinguen lo que puedan mientras dura el sexenio y/o el puesto” mensajes que directamente se clavan en las formas de relación de niños y jóvenes, reproduciéndose en cada vínculo que establecen: “Quería darle su merecido, por eso le hablé a mi amigo para matarla” –narra en su declaración un joven de 17 años quien junto a otro de 16, violaron y mataron a una muchacha de 13, en Aguascalientes, México, al parecer por conflictos que uno de ellos había tenido con la mamá de la muchacha fallecida. Caso que bien podría ser la estructura básica del ajuste de cuentas que ejerce el Estado y el narco-estado: “Ya ayer acabé de darle un pinche coscorrón a esa viaja cabrona”- le dijo Mario Marín, ex gobernador de Puebla, a su amigo Kamel, quien para él, aquel era un héroe, sobre las agresiones ordenadas contra la periodista Lydia Cacho.