Psicoanálisis de la dis/pareja

 

por

Camilo E. Ramírez

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Discusiones, peleas y problemas entre enamorados. Desde una perspectiva simple, los problemas de una pareja se podrían considerar como fallas en la comunicación, que lo que habría que hacer para solucionarlos es, simplemente, “hablar claro” y listo,  problema solucionado. Pero que tal si los problemas no se resuelven al hablar, sino al contrario, a cada intento de buscar “hablar claro” pareciera que aumentan y se intensifican.

Otra forma de situarse ante los problemas que una pareja de enamorados tiene, es considerar que éstos no son solo fallas en la comunicación, que lo que hay que hacer para solucionarlos es “hablar claro y derecho” (lugar común), sino que los problemas son indicios de algo más, es decir, cumplen con una función específica para la pareja y/o cada uno de sus miembros: el/los problemas que una pareja tiene, comunican algo que implica a cada uno de sus miembros, pero también a la pareja en tanto grupo. Dicho cambio de perspectiva introduce el sentido subjetivo (su mensaje) de los problemas, en lugar de tomarlos solo como fallas en la  “mecánica en la comunicación”. Para situarse en tal contexto del sentido subjetivo de los problemas, se podrían plantear algunas preguntas como por ejemplo: “¿Por qué tendremos estos problemas y no otros?”, “¿Qué nos comunican nuestros problemas sobre nosotros mismos y sobre nuestra relación?”, “Si nuestras discusiones y conflictos tuvieran un mensaje, ¿Cuál sería?”. “¿Qué es lo que nuestras discusiones y malestares nos dicen a cada/uno? ¿Qué nos revelan?” “Lo que digo de ti, ¿qué tanto está en ti o en una su-posición mía?

 A menudo la pareja se constituye como el lugar del malestar –antes, lugar de amor, comprensión, etc.- al cual dirigirle no solo las demandas mas imposibles (¡Dame tal o cual cosa!, ¡Haz tal o cual cosa!, “¡Tu debes siempre…!”, etc.) sino las quejas y reclamos sobre eso de sí y de la realidad que falla (“¡Por tu culpa, yo no soy/hago….!”) como si tuviera la pareja que ser garante (hacerse cargo) de un orden por demás imposible. Aquí se encuentran todas las problemáticas amorosas del estilo “Por que el/ella no es así como idealmente lo he pensado/deseado/anhelado”; “Es que todo sería perfecto si tan solo cambiara y fuera como yo quiero” Donde parecería que el paraíso es posible si tan solo el/ella cambiara a mi placer. La experiencia muestra a cada instante que el objeto amoroso también posee su dimensión fatal (“Lo que no has de querer en tu casa has de tener”) que paradójicamente hace que alguien se enlace con quien precisamente –en parte- no quiere, justo para seguir deseando, demandando, maldiciendo, ¿rezando? (“¡Hasta le he pedido a Dios que cambies!, a ver si me hace el milagro”), etc. puesto que el amor se construye de demandas, reclamos (“El otro me ama, porque veo que me  mira, me pide algo, se ocupa de mi”) es decir requiere de la falla elemental: ni tu ni yo estamos en posibilidad de dar-nos eso que “decimos desear”, puesto que en realidad no queremos eso que deseamos, sino solo “lo deseamos” en tanto sueño y añoranza; se pide eso que se sabe no vendrá, movimiento necesario para seguir deseando. Situación de esperanza y deseo que se rompe en la lógica del mercado (“¿Encontró todo lo que buscaba?”, ¿Quiere más por su dinero?, ¡El cliente siempre tiene la razón!) en donde el tiempo y la espera se organizan para recibir lo que se paga, considerando los errores y fallas como muestras de un “mal producto” que hay que reclamar. Trasladado al amor lo que se considera hoy como “una mala relación” es más bien una relación que muestra algo fundamental de las relaciones de los humanos: que hay una no-relación, es decir, una relación donde el otro –y por supuesto uno- nunca estará en posibilidad de “llenar al 100%” las expectativas que se tengan, pero que a partir de tales “desencantamientos” (problemas) se podría construir algo desde “lo que hay” en lugar desde lo que “Debería ser”, lugar para el lamento y llanto más ingenuo del por qué la realidad no coincide con el molde ideal.