¿Por qué les grito a mis hijos?
Camilo E. Ramírez
En el siglo XXI, el psicoanalista que cree en el inconsciente irresponsable,
no trata el síntoma y no cura[1]
Jorge Forbes
“¿Por qué les grito a mis hijos? Ya no quisiera hacerlo. ¿Será mi inconsciente?”– me expresaba alguien recientemente.
Definitivamente es una pregunta que implica singularmente a quien se la plantea, no hay respuestas generales, ya listas para contestar desde un lugar común. Cada persona y experiencia son únicas, nada ni nadie puede pronunciarse o explicar por qué sucede tal o cual cosa, sin ser parcial y reduccionista. Las experiencias siempre exceden a su conceptualización. Por ello, cada persona tendrá que responder de manera singular por sus preguntas. Un psicoanálisis ofrece esa experiencia singular.
No obstante –a manera de brújula- podemos plantear algunos puntos, para iniciar la reflexión, en caso de que alguien lo requiera.
Podríamos decir que un grito es algo previo a la articulación de cualquier palabra, una experiencia primordial; el primer grito de la vida. Los padres son aquellos que responden al grito de la vida. Pero el grito también es, al mismo tiempo, un exceso, una palabra desarticulada, desnuda, sin bordes ni cortes, una pura continuidad que intenta contener y expresar ESO que excede a las palabras, cuando no las intensifica, subiéndole el volumen; acallándose las palabras, pasan la estafeta al grito, un puro sonido cargado de fuerza, algo para decir y dar cuenta de lo imposible, algo en relación al dolor y al miedo, también a la nada, al sin sentido, a la felicidad y al gozo, pensemos en las experiencias de los gritos ante la alegría, el dolor, la tristeza, la muerte y el orgasmo.
El grito al que se refería quien hacía esa pregunta –diría después- lo reconoció en relación al enojo producido por el incumplimiento de tal o cual cosa, no solo en detalles prácticos del día a día, sino en constatar que el ideal que había puesto sobre ellos, no se estaba realizando como lo deseaba, como lo había planeado e imaginado. En ese sentido, el grito le hablaba de su frustración, haciendo un reclamo.
“Un hijo es una poesía” Massimo Recalcati[2]
Al plantear que un hijo es una poesía, se está usando una figura para decir lo imposible –justo como en la experiencia del grito- sobre la relación con los hijos; que así como la poesía requiere el lenguaje, del código, un hijo requiere recibir la vida de sus padres, en un sentido estrictamente biológico; mientras la poesía es una subversión e invención constantes del código preexistente, un hijo inventa su vida subjetivamente hablando, a cada instante, ante la mirada del “código parental”, que no sabe por dónde irán sus vástagos, causando extrañeza e interés, pero también, bajo otras lógicas, enojo y frustración. ¡Mis hijos no son como yo quería!...dicha frase puede leerse como reclamo o celebración ante la superación de las expectativas, el rechazo del peso que cargaban las identificaciones impuestas.
Lo fácil no es amar a los hijos cuando se cree que son nuestro reflejo o copia exacta, sino en su diferencia, radical y absoluta, algo totalmente diferente a nosotros, amarlos en su “lengua extranjera”.
El grito siempre implica a quien lo profiere, responsabilizarse por ello consiste encaminarse a saber su sentido, aquello que intenta decirnos, para, a partir de ello, inventar una respuesta nueva, más creativa.
[1] Forbes, J. Inconsciente e responsabilidade: Psicanálise do século XXI, Baureri-SP: Manole, 2012, p. XIII.