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Memoria,

una obra de Anish Kapoor*

 

 

Jorge Forbes 

 

Obra contemporánea del escultor hindú expuesta en el Guggenheim hace que los clásicos envejezcan.

 

El relato a continuación es el de un día en Nueva York, el miércoles 4 de noviembre de 2009, bajo el impacto de una visita al Museo Guggenheim, para ver la obra “Memoria” de Anish Kappor. Como podría haber dicho Hegel -la obra de arte es la representación estética de un concepto. En este caso y en esta obra, el concepto de Real en Jacques Lacan; Real como lo inaprehensible, como lo intangible que, por no poder tener un nombre, regresa siempre al mismo lugar. Real que impacta actuando sobre el cuerpo del observador, tocándolo.

La escultura de Anish Kapoor, exhibida en el Guggenheim de Nueva York, es mayor que la sala donde está instalada. Ella es más grande de aquello que se pueda ver. De ningún ángulo el visitante puede verla completamente, solo se apropia de partes de ella. Además de eso, como la arquitectura de Frank Lloyd Wright, no es cartesiana, en el sentido de facilitar que alguien se ubique; se convirtió en juego ayudar a las personas angustiadas a encontrar la próxima sala, desde donde pudieran ver un poco más aquella cosa extraña.

Ella, la obra, de cierta manera tiene un interior y un exterior. Por fuera, es toda de hierro rojo, un casco curvo de navío o una gran pieza de motor que recuerda a Richard Serra, con la diferencia que ahí el hierro está recortado y no continuo, como esculpe el americano.  En el interior, nada más que un vacío negro. Lo curioso es que se esperaría, una vez que toda la pieza es curva, que su boca también fuera redonda. Pero o, es cuadrada. Al entrar a una de las salas se ve un cuadrado negro recortado en la pared. Al aproximarse se percibe el vacío del interior del objeto. Negro, totalmente negro. De cerca, un espejo al infinito, de lejos, un bello cuadro monocromático.

Ella está allá, como el artista la llamó, la Memoria está allá. Como toda memoria, ella misma, de hierro, se nos escapa, y cuando finalmente encontramos su entrada, damos un paso atrás frente al agujero, cuadrado y negro, que mueve al visitante. Permanecer cauteloso en la admiración, acercarse a la memoria delicadamente con saudade[1], como dicen los brasileños.

Al salir de la sala, nos separamos de la Memoria, incluso para nuevos excelentes encuentros, como con Kandinsky, después ahí a un lado, en una maravillosa retrospectiva; salimos con la certeza que hay algo nuevo en el arte: una exposición de lo incompleto. Fenómeno coherente con este tiempo de lo humano, igualmente incompleto en su historia y en sus frágiles certezas.

Kapoor hizo una Memoria para olvidar la garantía del encuentro nostálgico del pasado, pidiendo, en lo vertiginoso de la postmodernidad, la invención de un futuro.

Movido por una duda, regresé al día siguiente a la sala de la Memoria donde solo estaba el ya mencionado cuadro negro: ¿Acaso alguien se habrá tropezado en la Memoria? Al llegar vi que ahora había un guardia al lado del agujero. Le pregunté por qué estaba ahí y me respondió: - Para que nadie más se caiga en el agujero de la Memoria, como le pasó a una joven ayer por la tarde.

 


* Traducido al español del portugués por Camilo E. Ramírez con autorización el autor.

[1] Se decidió mantener el término del original portugués saudade por lo intransmisible de dicho vocablo en español. La riqueza semántica de “saudade” implicaría que colocásemos diversos adjetivos en una sola palabra, inexistente en lengua castellana, que pudiese englobar: deseo, anhelo, nostalgia, extrañar, añoranza, además de disfrutar o gozar del recordar aquella experiencia o memoria que se recuerda (N. del T.)