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El color rosa[1]

 

Dorothee Rüdiger*

 

 

¿Rosa o azul? ¿Niña o niño? That´s the question! 

El mundo comienza a rodearnos con sus identificaciones, cuando, ya en la maternidad, colocan una cintita en nuestra cuna. Dependiendo del juicio médico y del color de la cintita, somos clasificados en hombres o mujeres. Dotado de un pene, el ser humano es hombre; cuando falta el órgano sexual masculino, el ser humano es mujer. “Es la naturaleza”...

 

Parece simple. ¿Más quién dice que el ser humano responde al patrón de quienes creen saber lo que es un hombre o una mujer? Cuando somos mujeres, el patrón de las más diversas culturas humanas, nos lleva a creer que nos falta algo. La civilización es construida sobre la lógica de sí y de no, de tener y no tener, de fort-da, “se fue -ahí está”, del cual nos cuenta Sigmund Freud, observador del juego del nieto. Las lenguas humanas se orientan en esa lógica. Tener o no tener (un falo) marca no sólo el pensamiento, marca una forma de ser, marca el inconsciente. Falta, castración, deseo,... ¿Azul o rosa?  

 

Designadas como mujeres, buscamos en la civilización lo que nos pueda faltar. Parece ser ese el destino de buena mitad de la humanidad, designada por el moño color rosa. Como la tradición quiere, el moño rápidamente es intercambiado por una muñeca, por una banda en el cabello, un vestido con mangas holgadas. La princesita en la cuna crece, se vuelve princesa adolescente a la espera de un príncipe en su caballo blanco y con una espada para cortar los rosales que la aprisionan en la torre de marfil.

 

Pero... ¡Espera! ¿Será que es así?

 

“Una mujer no nace, una mujer se hace”, escribió Simone de Beauvoir, y captó, en los años 50 y 60 del siglo pasado, que el sueño de las princesas cambió. No hay más príncipe en caballo blanco, no hay salvación por la espada masculina. En el siglo XXI, las hijas de Simone van a la lucha al estilo de Juana de Arco y las heroínas de dibujos animados (o no) que llenan las fantasías de nuestras hijas, quienes consideran esa historia de la princesa y el príncipe en su caballo blanco, muy mal contada. “¿Ella se cortó los dedos del pie y el talón para caber en la zapatilla de cristal? ¿Por un príncipe? ¡Yo nunca haría eso!”

 

Siendo mujeres, es nuestro el mercado de trabajo que aprecia la versatilidad, la invención, la capacidad de producir lo inusitado. Sabemos hacer de todo un poco, como aprendemos tempranamente. Estudiamos en escuelas y universidades, abrazando profesiones hasta hace poco “masculinas”. Corremos atrás de carreras, trabajamos, ganamos dinero para gastarlo con nuestros hombres e hijos, en ropas, zapatos y eterna juventud. El mundo de la moda está a nuestros pies, realzando nuestras curvas, nuestro gusto por la novedad. Nuestras profesiones nos dan poder adquisitivo para comprar cosas bellas, tamponando lo que, en el fondo, aún hace falta. 

 

Ahí está la cuestión. Siempre algo falta. Jacques Lacan, en el campo del psicoanálisis, va a precisar la tesis de Simone, cuando escandaliza y entusiasma a las personas en los años 70 del siglo XX con la frase “¡La mujer no existe!” ¿Cómo es eso? Viviendo preocupada, incomoda, desconfiada de que “no es solo eso”, en una civilización impregnada por el “sí” y por el “no”, a una mujer sólo le queda inventarse a sí misma y al mundo. “Inventar la moda”

 

Pero ¿y el listón de color rosa que designa a las niñas a las cuales les falta algo?

 

Las mujeres, estandarizadas justamente por tal ausencia, corren siempre para cubrir el agujero. Y entran en la fría categoría de la normalización. Aceptan lo que inventan para tapar un agujero que sólo existe porque hay listones azules y rosas. A veces, visten la camisa azul, no la dejan y obedecen, paradójicamente, a la lógica del azul y del rosa.

 

Para levantar el vuelo y obtener algo en la vida, a una mujer sólo le queda ser subversiva, “robar” en el juego, como plantea la psicoanalista Lou Andreas Salomé, amiga de Sigmund Freud. Pues, siendo niñas o niños, no participamos de la decisión sobre las reglas del juego, cuando colocan sin consultarnos un listón rosa o azul en nuestra cuna. Significan ese listón rosa como falta. ¿Y el azul? La carga de ser la prueba de los estereotipos de la masculinidad.

 

Pero, ¿quién dice que el destino de las mujeres es llevar el listoncito de la falta hasta la tumba? Ya que una mujer está fuera del patrón masculino, tiene la oportunidad de desarrollar su singularidad.  Esa oportunidad la tiene un hombre, cuando osa deshacerse de los patrones de tener que ser aquel de “A las pruebas me remito”[2]

 

El mundo se convierte en algo fantástico cuando no hay patrones a seguir. Y lo sin-patrón, existe. Puede ser descubierto en los bailes de la periferia de Sao Paulo, en los alrededores de la “25 de marzo”[3], o en los espacios de co-working de los jóvenes intercambiando la estabilidad profesional por una vida con más creatividad. Existe cuando se toma un baño de cascada, cuando se hacen compras en las ferias de los orgánicos de “Madá”[4] para descubrir antiguos y nuevos sabores. El mundo sin patrón vive en la artesanía y en el arte, encuentra su camino en el carnaval de calle, se deja espiar por el agujero en la cerca del campo de fútbol, ofrece mil colores.

 

¿Y el color rosa? Forma parte del arco iris.

 



[1] Artículo publicado originalmente en el site del Instituto da Psicanálise Lacaniana (IPLA) de Sao Paulo, Brasil http://www.ipla.com.br/editorias/acontece/a-cor-rosa.html Fecha de publicación: 13/2/2019. Con acceso en marzo 2019. Traducido por Camilo E. Ramírez con autorización del autor.

* Dorothee Rüdiger es psicoanalista y doctora en Derecho por la Universidad de Sao Paulo, Brasil. Miembro del Instituto da Psicanálise Lacaniana (IPLA)

[2] En el original en portugues dice: “Essa chance tem um homem, quando ousa livrar-se dos padrões de ter que ser aquele que “mata a cobra e mostra o pau”. Traducción libre (N. del T.)

[3] “La 25 de marzo” es una de las calles principales de la ciudad de Sao Paulo, Brasil, punto comercial y turístico, con una rica oferta de experiencias, productos y servicios. N. de T.

[4] Feria de venta de productos orgánicos, artesanías y co-working realizada mensualmente en el Museo de Arte de Londrina en Sao Paulo, Brasil.