!Los niños no nos hacen caso!

 

por

Camilo E. Ramírez

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“¡Los niños no nos hacen caso!” A menudo escuchamos decir a padres de familia y maestros, por igual.

En cada uno de esos reclamos hay un sinfín de ideas y explicaciones, tanto del por qué los niños y adolescentes no hacen lo que los adultos les piden, como “recetas” a seguir para conseguir el tan ansiado objetivo de que hagan caso. La primera pregunta que planteo ante tal queja es ¿Y por qué tendrían que hacernos caso?

Si estamos diciendo que los niños y adolescentes deberían hacernos caso, sería bueno poder  exponer las razones por las cuales damos por hecho que eso es “lo que deben hacer los niños: hacernos caso”; que ello está en su identidad, en su naturaleza de ser niños: obedecer. Tal pregunta casi siempre desconcierta a quien la recibe, como si fuera algo obvio para todos los adultos. Después de trastabillar, recitan una serie de ideas en relación a “el deber ser” de los niños; que si esa es su responsabilidad, que es lo mejor para ellos, hasta unas explicaciones plagadas de cientificismo y psicología, sobre el aprendizaje, el desarrollo cerebral y demás datos que buscan validar nuestras posturas, algunos ya en la desesperación dicen que una familia es un equipo o una máquina,  y que si cada pieza hace una cosa, todo funciona bien, que esto es debido a que todos están rebasados de tiempo, cansancio y pendientes. Ok, todo eso vale y es comprensible, que usemos los elementos que tenemos a mano para poner las cosas a modo, pero la pregunta sigue dejándose en el aire ¿Por qué deberían de hacernos caso los niños y adolescentes? Y podemos añadir otra, ¿Por qué no hacen caso los niños y adolescentes?

Hicimos las preguntas, medio las contestamos sin reflexionarlas a detalle, pero –y lo que es peor- les añadimos un supuesto modelo ideal del deber ser de los niños y adolescentes, a partir de lo cual cada desviación que se salga del promedio, será catalogada como error o indisciplina. Sería más honesto decir, como adultos, que si los niños y adolescentes les hacen caso a sus padres y maestros, sería más fácil la vida y labor para estos últimos. En ese sentido, que un niño o un adolescente no les hagan caso a sus padres y maestros, es, de entrada, una contrariedad para los adultos, así como una confrontación con las ideas y conceptos (prefabricados e ideales) de lo que el otro supuestamente tendría que ser y hacer. Parte de la violencia y enojo de padres y maestros, se origina en una visión ideal del otro, de lo que debería ser y hacer y no encuentran. De ahí la idealización sea el principio de la violencia, debido a que deja fuera el escuchar y recibir al otro, con todas sus características, para priorizar la evaluación, es decir, el enjuiciamiento mroal-ideal.

La idea o concepto de lo que el otro debería ser o hacer, es la base de cualquier forma de violencia. Lo cual produce -es comprensible y hasta celebrable- el no cumplimiento. (Habría que preocuparnos estar bien adaptados a normas y criterios absolutistas) Los niños y adolescentes no hacen caso –podríamos hipotetizar- debido a que quienes les hablan les ordenan hacer algo,  parten del supuesto que ellos deben de cumplir, principio que genera en ellos ganas de no cumplir. Ya que en el pedir está el dar –advierte la sabiduría popular. En conclusión, podríamos plantear, que lo niños y adolescentes no vienen al mundo a obedecer, si se les plantea esto, es el inicio, necesario y hasta cierto punto saludable para ellos, de no hacer caso. La guía y le enseñanza de padres y maestros, que ofrece objetos de conocimiento, formas y herramientas de enfrentar  la vida y los problemas prácticos, debe suplir la orden del cumplimiento. Los modelos educativos del llenado de requisitos ser abandonados para promover el aprendizaje y trabajo activo, como medio de desarrollarse y llegar a ser lo que alguien quiere ser, no lo que le es impuesto desde afuera como una orden, so pena de castigo si no lo cumple. Hacer eso implica formar esclavos.

La función de los padres y maestros no puede reducirse a dar órdenes para que los demás obedezcan, hacer esto es despojar de la riqueza particular del vínculo entre padres e hijos y maestros y alumnos, verlos sólo como máquinas o mecanismos que deben cumplir los requerimientos de su programación y competencias, ser eficientes; justamente conducirnos a la antesala del estrés y burn-out, que parten de la noción de eficacia ideal. Con la lógica de, si el otro cumple de manera eficaz con  lo que le pedí, entonces la línea de producción no se detiene y sus errores son anticipados, no generándose molestia alguna, pero si lo que el otro hace, dice o es, es interpretado como una falla o error, entonces “eso” que el otro hizo diferente, será perseguido para modificarse de acuerdo a un plan de programación (parental y educativa) haciendo que precisamente, hacia ambas partes, todos se sientan solos y muy atareados en el convivir, pues se ha cedido la voluntad a esas estructuras de inspiración moral-industrial que buscan producir sujetos en serie. Hacer algo diferente, implica que eso considerado como error (lo que no se ajusta al plan ni al concepto ideal, de sí mismo y del otro) se le dé una vuelta y sea re-interpretado como una posibilidad creativa que hay que explorar, un rasgo singular a conocer.

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