Educación singular
Camilo E. Ramírez
“Depende de aquel que pasa, que yo sea un sepulcro o un tesoro.
Que hable o calle. Eso depende de usted amigo, no entre aquí sin deseo”
Paul Valery
En estos tiempos de pandemia y de educación a distancia, muchas escuelas y universidades, están más preocupadas por contar con mecanismos y metodologías para recabar evidencias y registrar: cómo medir y evaluar sus procesos administrativos, como evaluar a sus maestros y estudiantes, para cubrirse -se dice- ante futuras auditorías, que en la enseñanza: la transmisión de conocimiento a través de una verdadera pasión por el saber. Ello no es, a nuestro parecer, solo un asunto de formalidad institucional, sino una respuesta desesperada y simplista, que corresponde a la lógica industrializada aplicada al campo educativo; una forma terrible de pensar la educación, profesión, que Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, no vaciló en definir como una de las tres profesiones imposibles, junto al gobernar y al psicoanalizar.
Ello muestra, de manera clara y directa, cómo la escuela se ha transformado, a partir de la incorporación de las lógicas industriales de manufactura de objetos en serie, en una institución presentadora y evaluadora de conocimiento, y no de formación. Basta con ver, no solo las maneras de concebir la escuela y la enseñanza, el cómo se contrata y forma a su plantel docente, sino los malestares y síntomas que se generan al interior de la vida escolar: fracaso y deserción escolar, déficit de atención e hiperactividad, problemas de conducta, violencia en las escuelas, falta de interés, fastidio en estudiantes, burnout en directivos y maestros, etc. Lo interesante y trágico del asunto es que cuando estas problemáticas se presentan en la escuela, la mayoría de las veces se les interpreta -una vez que estamos en una escuela pensada como línea de producción industrial- como errores y fallas en la manufactura de “productos” de calidad, desviación de los perfiles. Ante dichas realidades se toman al menos tres grandes posturas: una moral, una disciplinaria y una especializada. Cada una interpreta a priori lo que sucede en función de la ausencia/presencia de un objeto eje (valores, disciplina, conocimiento) Es decir, que lo que sucede con la escuela, el maestro o el alumno, es algo que manifiesta que un cierto elemento falta, por lo que habría que introducirlo vía una junta, un compromiso firmado, un regaño, mediante el desarrollo de estrategias más eficaces de vigilancia y control, etc.
No vamos a abordar a detalle el cuestionamiento y caducidad en el siglo XXI de las recomendaciones de cada apartado (moral, disciplinario y especializado) sino a señalar el fondo común de las mismas: las tres operan con el supuesto de que algo falta y hay que ofrecerlo; algo que debería estar, permanece ausente. Las tres parten ya de un diagnóstico negativo sobre la escuela, el maestro y el alumno, es decir son posturas organizadas a través del sujeto sospechoso: aquel que se le juzga culpable, pero al mismo tiempo es inocente, no por lo que es, sino por lo que parece; no por lo que ha hecho, sin por lo que podría hacer. ¿Y por qué se cree que ese elemento que falta debería de estar? Precisamente porque previamente se ha fijado un programa y un perfil estandarizado que somete a la escuela, a los maestros y alumnos a cumplir en tiempo y forma con los requisitos y los perfiles como si se tratara de una línea de producción industrial. De ahí que se comenzó a hablar desde varios años de calidad educativa. La carrea ahora es contra reloj, en el cumplimiento de la línea de producción industrial-educativa, gracias a lo cual la enseñanza y aprendizaje poco importan. Lógicas que, dicho sea de paso, se prestan en más de un sentido para la simulación a todos los niveles. El movimiento sería el siguiente: 1) Se fijan programas y perfiles que se piensan responden a lo que alguien debería saber, poseer y cumplir. 2) Se aplican dichos programas al tiempo que se va detectando quiénes lo consiguen y no lo consiguen. 3) Se da un veredicto (diagnóstico) sobre los “productos” que no reúnen los criterios de calidad, de igualdad en las unidades “manufacturadas”. Dicha escuela se está operando como si fuera una empresa, cuando son dos entidades totalmente diferentes, las empresas y las escuelas. Ante estas experiencias ¿qué se podría hacer? ¿Cuáles podrían ser unas respuestas alternas?
Las respuestas las podemos encontrar en dos campos: las artes y el psicoanálisis. ¿Cómo es eso? Precisamente porque sus objetos y prácticas están más en relación con el deseo, la creatividad y la invención; fuera de un pensamiento estandarizado, en serie, como lo es la empresa y el mercado. Tanto en el arte y como en el psicoanálisis (sobre todo el de orientación lacaniana) no parten de la idea del deber ser, ni de la consideración de performance perfecto, que considera que lo que una persona hace o presenta es un error o acierto, sino más bien una marca de su singularidad, una forma única de habitar en el mundo. En ese sentido, lo que presente y experimente la escuela, un directivo escolar, un maestro y un estudiante específico, no es una simple desviación estándar, una falla o un error, sino un rasgo singular que solo se puede entender e investigar cabalmente si se le vincula a una historia subjetiva. Pues la verdad humana, nunca será ni una tabla, ni un perfil, ni un número, ni un concepto, algo abstracto y universal, lo mismo para todos, sino una historia de lo singular. De ahí el gran aporte de las artes y el psicoanálisis para restituir lo que sucede, justamente en el contexto de una vida singular.
Educación singularizada se refiere a considerar y operar en el día día del aula, que cada estudiante es una diferencia absoluta. Decir educación singularizada no es -como se piensa absurdamente- explicarle a cada estudiante a la carta uno por uno ¿¡Imaginan, grupos de 70 alumnos!? ¡Nunca se acabaría! Sino considerar la posibilidad de que cada maestro y estudiante, aprende, se apropia y responde de manera singular y no estandarizada como un robot bien programado. En ese sentido los efectos singulares de la enseñanza de cada maestro en cada clase se pueden ir reconociendo en la amplificación singular que cada estudiante haga con aquello que se le ha intentado enseñar.
*Editorial publicada en el periódico El Porvenir (2.09.2020)