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La muerte del maestro: el facilitador

 

 

Camilo E. Ramírez

 

Uno de los terribles efectos que ha padecido la escuela al introducir las lógicas que estructuran y organizan la producción industrial, ha sido la afectación del lugar y función de quienes ahí conviven: directivos, maestros y estudiantes. Transformándose la escuela en una empresa de presentación y evaluación de contenidos, instancia certificada y certificadora; maestros y directivos vistos como facilitadores, una híbrido entre vendedor, encuestador y life coach buena onda; estudiantes y padres de familia como usuarios y clientes; la hora de la clase como el tiempo de la recolección de las evidencias con checklist en mano.

En un afán de eficiencia se han modificado programas, contenidos y perfiles, reduciendo la reflexión de cada maestro y estudiante a su mínima expresión, apostándole a crear maquinarias burocráticas bien aceitadas. Si bien ya no aquellas inspiradas por la izquierda, ideales y utópicas, ahora plagadas de protocolos y estandarizaciones con halos de eficiencia, crecimiento y desarrollo económico, de adquisición de competencias para nutrir el basto campo laboral, proveyendo trabajadores que respondan a las demandas precisas de piezas del mercado laboral. Por supuesto, un efecto inmediato de dichas lógicas es el fracaso y deserción escolar; el sin sentido, la apatía y la resistencia al aprendizaje.

Con ello la escuela se ha organizado más como una presentación y evaluación de contenido, de validación laboral, que de formación. Como lo ha planteado Silvia Bleichmar, decirle a un estudiante que va a la escuela para un día ganarse la vida y poder trabajar, no es hablarle a una persona, sino a un esclavo. Reducir la vocación polifónica de la escuela, a una simple validación técnica de información y prestación de servicios, es por un lado suprimir la vocación misma de la escuela: su dimensión humana, singlar y diversa, donde cada persona aprende, se apropia y construye el conocimiento de forma única. Y justamente al hacer esto, puede estar en grado de investigar, de romper paradigmas, amplificarlos, mejorarlos, de intentar completar -en cada campo y estilo- el conocimiento infinito. Precisamente porque se incluye la dimensión humana, singular y diferente de cada maestro y estudiante, no porque se le deja fuera, al considerarlas variables extrañas, ajenas, desviaciones del protocolo o programa estandarizado. Ello nos arroja a una problemática institucional grave: las escuelas y universidades no se pueden estandarizar o certificar, quizás los departamentos administrativos, de escolar o archivo, pero nunca lo que sucede en un aula. Porque enseñar, aprender e innovar implican e incluyen, tanto la subjetividad como la ruptura, la diferencia de la serie de quienes ahí participan, no la suprimen ni estandarizan. Ni tampoco la enseñanza se reduce a una simple didáctica lúdica, de cambiar un pizarrón verde por uno blanco u otro inteligente y digital; de mejores mecanismos para recibir y calificar tareas, trabajos y exámenes, de vigilancia y control para “mejorar” la vida escolar. ¡Un absurdo!

Mientras que las lógicas de producción industrial se basan en procesos estandarizados -logísticos y materiales- a través de los cuales garantizarían la calidad de sus materiales y productos, es decir la identidad y uniformidad de todas las unidades que manufacturan, en tiempos previamente establecidos, las escuelas se ocupan y conviven con personas y no con objetos de producción en serie, es decir, quienes participan en las escuelas conviven y trabajan con la diferencia y la singularidad de maestros y estudiantes. Por lo que importar las lógicas de la fabrica a la escuela implica reducir la enseñanza y aprendizaje, siempre singlar, a un proceso asimilado a partes y momentos, como si se tratara de una línea de producción automotriz. ¡¿Como si supiéramos todo el tiempo quiénes son nuestros destinatarios?! ¡¿Simples datos que se presentan y se verifican?! Con lo que las formas y los efectos subjetivos, el deseo, la creatividad, la invención, la ruptura, la amplificación, quedan de lado.

Cuando la escuela decidió -no sin reclamos y críticas de algunos directivos y docentes- asimilarse en un producto industrial, dejó de decir algo sobre el deseo por el saber, la vocación y la reinvención. Afortunadamente dichas experiencias no desaparecen del todo, simplemente se desplazan de lugar. Las podemos encontrar en muchas partes, sobre todo en el ámbito del ciberespacio, las ciencias y tecnologías, las artes, los video juegos y las series televisivas; que permiten el surgimiento y la articulación de un deseo singular y no una imposición, en cada uno; haciendo surgir en cada sujeto, en cada maestro y estudiante, una lógica autodidacta y grupal singularizada: solo veré y estudiaré lo que desee, lo que tenga un sentido a más para mí, con aquello que logre conectarme, con aquello que me permita sustentar un sentido de vida.

¿Cómo formar estudiantes si el maestro desaparece ante el facilitador? El facilitador es esa figura distante -y si me lo permiten- cobarde, que no necesita pensar, estandarizada, desimplicada de la enseñanza, que cualquiera puede ocupar. Basta con seguir las rubricas del proceso que la ingeniería educativa estableció, para mantener la calidad “del producto”. No soy yo más tú maestro, ni tú mi alumno, sino tú eres el usuario -como un cliente más que va a cualquier tienda- y yo soy el facilitador, un híbrido entre vendedor, evaluador y life-coach ¿Creen que exagero? Échenle el ojo a cualquier cartera de cursos de capacitación de cualquier escuela y universidad, pública y privada, y podrán constatar de manera directa, en qué se desea capacitar a directivos y maestros. ¡Perdón! facilitadores.

Y claro, en algún momento, instancias certificadoras externas, como a cualquier empresa, auditarán dichos procesos educativos, para determinar si se está llevando a cabo la educación de calidad que previamente se estableció en los programas de la línea de producción industrial. Definitivamente quienes diseñaron esto no conocen ni de educación, ni de buena música, como aquella de Pink Floyd (Another brick in the wall, 1979) con su tritura carne. Que como bien lo ha señalado Massimo Recalcati, psicoanalista y profesor italiano, antes eran solo los alumnos quienes pasaban por el tritura carne, ahora, en el siglo XXI, tiempo de la escuela-empresa, se les han sumado los maestros y directivos. 

 

*Artículo publicado en el periódico El Porvenir (19.08.2020)