Casa en expansión
Camilo E. Ramírez
El universo en una cáscara de nuez
Stephen Hawking
Para los que se quedaron en casa, sin importar su tamaño o diseño, esta se amplificó, diversificándose. Se improvisaron nuevos espacios y atmosferas: por la mañana la sala se convirtió en un gimnasio y clase de pilates, desmontables; los pasillos y corredores, devinieron pistas para correr o patinar, para hacer caminata recreativa al caer la tarde, los más osados usaron las escaleras para escalar montañas y practicar senderismo; el comedor, despacho y sala de juntas, el fin de semana puesto de tacos o un restaurante recién montado; al medio día, para echar un taco, rápidamente volvió a su estado original; la sala de tele, set de transmisión para reuniones en línea y grabación de videos, alternándose con alguna sesión de yoga, cibercafé y video juegos; las habitaciones, cabinas telefónicas, consultorio médico y sesión con el psicoanalista; la cocina, no obstante ser la misma cocina de siempre, durante la mañana y parte de la tarde, fungió como lugar de encuentros breves, espacio de tránsito para un bocadillo, un tentempié, tomar agua, café o cualquier cosa, en medio de la jornada. Los baños, además de seguir funcionando para lo que son, se convirtieron para muchos -sobre todo para los padres con hijos pequeños- en espacios personales donde encontrar un poco de paz, verdaderos bunkers para tomar un respiro, lejos del bullicio del mundo de afuera; patios, porches, cocheras, terrazas y balcones, cualquier lugar con vista hacia afuera, simplemente un oasis en el desierto, la única locación, por ahora, considerada “el mundo exterior” que amplifica el horizonte, un lugar para inventar algo (“¿Y si hacemos algo el fin de semana?”) juegan con ingenuidad cómplice, quienes saben que esto durará más tiempo, pero aun así, le apuestan a la actuación de cara y tono sorpresivos, que logra por momentos dar algo de espontaneidad. “Al mal tiempo, buena cara” reza el dicho.
El teléfono y la internet, así como la televisión, los videojuegos y el Netflix, junto a los periódicos electrónicos, los libros y la música, funcionan como verdaderas ventanas, puentes y canales para ir – al menos virtualmente- a alguna parte, en estos tiempos de pandemia. ¡Junto a los profesionales de la salud, oda a los ingenieros en telecomunicaciones, a los programadores, diseñadores, músicos, directores de cine y escritores!
Quien ya se encuentra fastidiado, harto o angustiado, no logrará conectarse a nada, pasará de una cosa a otra sin encontrar un lugar ¡su lugar! será presa fácil del mal humor, la queja, el lamento y la tristeza. A ellos les recomendamos no presionarse por tener que estar bien, ser productivo y activo, aprovechar el tiempo y todas esas carreras desesperadas que promueven los motivadores y libros de autoayuda. Sino más bien, hacer un alto para saborear la nada, la discontinuidad, la pérdida y ver si por algún lado emerge el descanso tan ansiado, quizá hasta algo de interés… Puede ser un cierto sendero, más no es obligatorio ni está garantizado, depende de la apuesta de cada uno.
Como lo mostró Freud, en los sueños que soñamos mientras dormimos, se presenta una polifonía de momentos, lugares de múltiple figurabilidad y significación, además de coexistir los opuestos (“Estaba en casa, pero no se veía como mi casa, pero yo sabía que era mi casa”. “En mi sueño era yo el que veía pero al mismo tiempo estaba viendo desde lejos, como un narrador, al tiempo que me sentía siendo visto por alguien, pero al verme al espejo no me reconocí, no me veía como yo, sino como…”); pudiendo confeccionarse diversas narrativas a través de las imágenes que logramos recordar ya despiertos, del sentido y significado inconsciente a través de lo que, para la conciencia, pudiera parecer algo sin sentido, pero que a través de la asociación libre del soñante (decir todo lo que se venga a la mente, todas las ocurrencias, sin oponer ningún tipo de censura, por más ilógico o vergonzoso que parezcan) puede descubrirse la verdad, el sentido y significado, de nuestros sueños.
De la misma forma, la casa – ese espacio aparentemente tan cotidiano y conocido - el cual ya dispone de un plano, diseño y decoración específicos, en esto tiempos de reclusión voluntaria, debido a la pandemia del Covid-19, que sorprendió al mundo, ha adquirido una polifonía de usos y atmósferas, convirtiéndose en una casa en expansión, justo como sucede en nuestros sueños.
La creatividad e imaginación han inventado usos inéditos de los espacios y tiempos, práctica que, hasta hace poco, solo era conocida por algunos testimonios de astronautas, prisioneros de guerra, trabajadores de plataformas petroleras, deportistas de lo imposible: nadadores de aguas abiertas, corredores de ultra distancia y alpinistas.
Las casas en tiempo del coronavirus se han expandido. Mostrándonos una característica básica de la existencia humana: que lo nuevo que logra satisfacernos, no es necesariamente algo opuesto a lo viejo, a lo ya conocido, que estaría en otro lugar, en un nuevo objeto, sino un pliegue interno de lo mismo, una amplificación del objeto ya conocido, un uso inédito del mismo, hasta ese momento desconocido (de sí mismo, del otro, de la casa, de la vida) que siempre había estado presente -incluso como potencialidad- sin ser notado. Su lógica implica hacer con los elementos que se tienen a la mano, por eso mueve al a invención y creatividad; pue no responde a un “Pienso luego existo”, sino “Hago, luego…”. Que más allá o más acá de los lugares, desplazamientos y circuitos que recorremos en el día a día y que ahora se pudieran extrañar, existe algo que se realiza, es potente y generador, inclusive estando en el mismo espacio -que al mismo tiempo es uno ya conocido y otro diferente, in crescendo. Algo que lograron captar de manera genial, tanto Lars von Trier en su película Dogville (Dinamarca, 2003), Julian Schnabel en Le Scaphandre et le papillon (Francia, EUA, 2007) como Harold Ramis en Groundhog Day (EUA, 1993).
*Editorial publicada originariamente en el periódico El Porvenir (08/042020) sección editorial, pág. 2.