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¿Y sabemos lo que sí queremos?*

 

Camilo E. Ramírez

 

¿En verdad quiere usted lo que desea?

Jorge Forbes

 

 

Un ejercicio fundamental, tanto a nivel individual como colectivo, es poder formular lo que no se quiere. Hasta cierto punto pareciera algo sencillo de hacer: reconocer lo que no queremos, lo que no nos gusta, en lo que no estamos de acuerdo. Para, a partir de ello, derivar lo que entonces si queremos; hacerlo y punto. ¡Todo estaría en santa paz! Sin embargo, la experiencia más inmediata nos revela que muy frecuentemente el corazón humano nos devuelve una paradoja: que, en más de un sentido y en muchas ocasiones, los humanos realmente no deseamos, lo que declaramos a los cuatro vientos, querer. ¡¿Cómo es eso?!

No quiere decir que no sea genuino el deseo por algo, que no se desee eso que se dice querer, sino que del dicho al hecho hay mucho trecho -reza la sabiduría popular; que no basta decir “¡Yo quiero…!” alto y fuerte, para que algo se realice, sino explorar la posibilidad y responder en el día a día, sobre eso que se desea. De ahí la pregunta inicial ¿En verdad sabemos lo deseamos? Ese es un punto de partida fundamental, luego vendrán otros: ¿Podemos formularlo? ¿Podemos realizarlo? ¿Nos estamos encaminando a ello? ¿Cuáles son las dificultades que encontramos? ¿Cómo respondemos ante ellas? A fin de poder verificar (tomar conciencia) en qué punto nos ubicamos (o nos quedamos) ante lo que responsablemente declaramos querer. 

Toda cuestión de “Yo lo que quiero es…” se complica cuando dicha óptica la analizamos tridimensionalmente en todos sus lados y vemos las posibles maneras de responder, en cómo se traduce y se aterriza; y ahí empiezan las dificultades, las diferencias, el darnos cuenta que tenemos que lidiar con lo incompleto, con la serie de intentos de ir mejorando poco a poco, a veces a pasos cortos, a veces milagrosamente agigantados, pero siempre en un recorrido sin fin; pacto y contexto que se debe tener en cuenta cuando se intenta realizar lo imposible. No por nada Sigmund Freud definió el gobernar, el educar y el psicoanalizar como quehaceres de lo imposible, pues no ofrecen la solución de una sola vez de todos los problemas de su campo, sino que van demandando, cada vez, maneras más inéditas y creativas de responder, gracias a lo cual, pueden realizar lo imposible, precisamente porque no se centran en la solución total, sino en el lidiar con lo incompleto de formas variadas y creativas, ahí donde el sueño totalitario y disciplinario cree que si es posible “limpiar” y desterrar lo “sucio” de lo humano, basta eliminar al otro colocado en el lugar del enemigo; en lugar de entrar en contacto con todas las formas singulares y diferentes del discurrir humano, en todos sus ámbitos.

Al decidir transitar del espacio descriptivo al espacio de la realización, veremos siempre aparecer una serie de piedras en el camino: la paradoja humana de no responder por lo que se desea, de dejar las cosas para después, de la simulación, de no buscar mejorar las cosas,  por flojera, porque ello implica renunciar al statu quo para que todo siga igual, dejar de administrar y explotar la tragedia, lo que implicaría renunciar a la queja permanente, al discurso irresponsable, a la explotación (ideológica, económica, sexual, política...) del otro.

Cuando los humanos desean decir algo, tanto lo que se desea, como lo que no desea, se requiere su formulación en palabras, es decir, “algo”, una experiencia debe ser puesta en palabras, precisamente porque no existe diálogo corazón a corazón, directo, sin el “virus” del lenguaje. Y como se tiene que articular en palabras, eso hace precisamente que siempre algo de ese “algo”, se pierda, quede imposible de simbolizar, de cifrar y descifrar; ese “algo” queda en parte, velado. Digamos, por ejemplo, “La justicia es buena, que debería ser un bien para todos, sin restricción alguna” Algo que la mayoría de la gente automáticamente estaría de acuerdo, nadie se opondría, pero que pasa si pasamos a un caso singular, a un evento con nombre y apellido, al contexto particular, las objeciones, los pros y contra, aparecerían, mostrando que en más de un sentido, no existiría una verdad absoluta, un lenguaje del lenguaje (un metalenguaje) una vara que mida las otras varas, un aparato discriminatorio que pueda delimitar una cosa de otra.

Esto le llevará a Jacques Lacan, psicoanalista francés, a plantear que los humanos, más que traumatizados por el padre (el Edipo) somos traumatizados originariamente por el lenguaje, que todos nosotros sufrimos un troumatisme, que podríamos traducir como el trauma o el impacto de esa lengua originaria y primordial (lalengua, en la teorización de Lacan) en el organismo, que producirá el cuerpo humano, un cuerpo diferente, único cada vez, diferente a los organismos de una especie animal, que todos son iguales por el hecho de pertenecer a dicha especie; y que diferentemente, en el caso de los humanos, cada uno seriamos invitados a habitar de formas singulares -sin el referente exclusivo de un patrón o producción en serie- nuestra propia piel, responsabilizándonos por ello.

 *Editorial publicada originalmente en el periódico El porvenir (11.03.2020) sección editorial, p. 2