Crimen en escuelas (3a parte)

 

por

Camilo E. Ramírez

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“Lo que no comprendían era que bajo

el ropaje de esta violencia subjetiva irracional

estaban recibiendo en forma  invertida el mismo

mensaje que ellos habían enviado”

Slavoj Zizek 

 

 

Todo crimen, además de un modus operandi, posee un sentido, un significado para quien lo realiza, algo que lo une a quien dirige su acto. Lo sepa o no el criminal, está atravesado por un sentido, es decir, a cierto nivel, es llevado a realizarlo desde una lógica exterior/interior que lo ha tomado y que él/ella se han apropiado. Este planteamiento por supuesto no va en la línea del declararse inimputable, justificarse y pretender decir que quien cometió un crimen es inocente, pero, en ciertos casos, el ámbito del derecho así lo considera, sino más bien, en intentar descifrar y conocer el sentido subjetivo/humano de un crimen, como un acto sin retorno –como muchos de la experiencia humana- que no puede, en aras de explicárnoslo,  ser simplemente inscrito deductivamente dentro de una serie tipificada como “casos clásicos de violencia…”, “Un psicópata que…”, “Un drogadicto o enfermo mental que empuña un arma…” Sino que nos requiere una investigación a detalle de las pistas del caso.

La lógica de la reconstrucción del sentido subjetivo del crimen es diferente al solo  tipificar/diagnosticar, incluso mucha veces  en ausencia de información singular de los participantes, como a menudo lo hacen algunas prácticas psicológicas y psiquiátricas, podemos tomar ciertos elementos del método psicoanalítico para intentar responder algo de dicho sentido, partiendo de ideas e hipótesis del cómo se realizó, considerando el caso público, es decir, aquellas notas periodísticas y de testimonios que han aparecido en medios impresos y electrónicos, que son a final de cuentas, elementos que han ido construyendo el caso en el ámbito público (Cfr. Lacan, J. Introducción teórica a algunas funciones del psicoanálisis en criminología, 1950; Tendlarz, S. ¿A quién mata el asesino?, 2008; Osorio, F. Violencia en las escuelas: un análisis desde la subjetividad, 2008)

Un joven, en medio de una clase, dispara a tres de sus compañeros y a su maestra en un colegio privado al sur de Monterrey, N.L, México, para después dirigir el arma hacia sí mismo y darse muerte, sellando con el silencio de su ausencia un interrogante sobre el sentido de su acto. “Quien se suicida deja una herencia, que plantea para quienes le sobreviven, un enigma; los restos de su acto nos interpelan. El reto: advertir algo del por qué a través del cómo” (Ramírez-Garza, C. Suicidio: un caso práctico. En Hikal, W. Archivos de criminalística, criminología y seguridad privada. Vol.1. agosto-diciembre 2008) Complicándose aún más la cuestión, ya que en este caso, quien se suicidó, previamente intentó matar a su maestra y algunos compañeros, generándose con ello una doble interrogante: del acto dirigido a los otros y hacía sí mismo.

Rápidamente la terrible noticia surca el ciberespacio, la angustia y el dolor de quienes sufren un crimen, desgarra el velo de lo que se creía hasta ese momento, seguro y tranquilo, la seguridad ha quedado tocada en lo más profundo. Recuperar la seguridad perdida, es ya una imposible tarea, algo ha sido tocado en la sociedad y en la escuela, se debe hablar mucho de ello, reflexionar, debatir, integrar y hacer algo con ello, más allá de censurar, callar y perseguir, dejando que todo siga como si no hubiese pasado nada.  

En breves momentos quizás muchos nos lamentamos de que existan las armas y de que éstas se lleven a la escuela,  del crimen en sí, del reverso protección/inseguridad, así como del inmenso sufrimiento de los participantes y sus familias, del posible efecto de réplica en otros planteles.

Si es posible advertir que todo acto dirigido a alguien guarda una doble relación-vínculo: uno especular, eso que te hago a ti (un beso, un abrazo, un insulto, un golpe, un disparo...) así como un contexto cultural más amplio que hace mirada y contexto subjetivo, el ámbito de la escuela (política, cultura, educación,  el discurso del biopoder: mata al que te hace estorbo…) participando en el acto ligado al otro, que estructuralmente, así como el amor y el odio, poseen la misma estructura  ¿A qué se ama/odia/dispara cuando se ama/odia/dispara en él otro, el semejante?

 

Es sabido que quien dispara en el colegio, lo hizo con conocimiento de la técnica de tiro, es decir, sabe cargar, apuntar y accionar un arma, habituado a disparar tanto a blancos fijos-inanimados, como móviles-animales en algún bosque, pues se informa que solía ir de cacería con su padre; a partir de tal podríamos hipotetizar -pues no disponemos de más información- que para entrar en relación con el arma y el acto de matar  a un ser vivo implica confeccionar una cierta imagen sobre el propio cuerpo y el del otro, que posibiliten realizar tal acción; a este nivel estructural no hay diferencia en cualquier acción humana dirigida a otro, desde educar, saludar, bailar, dar un beso, operar una cirugía, participar en un combate de karate, defender la patria para un soldado, quien empuña a su arma ante lo que considera el enemigo de su estado, etc. En todas y cada una de ellas, algo de sí se pone en relación con el otro, gracias a una imagen que organizaría la relación, que en algún punto, quien busca hacer daño, inscribe igualmente, en algún lugar de su relación con el otro,  el sentido de lo que hace, como por ejemplo, abrazar, golpear, robar (“amantes de lo ajeno” se decía)  o criticar el objeto del deseo, o sea por guardar una relación simbólica de equivalencia con eso admirado o con algunos elementos intolerable-propios de la experiencia que en ese momento se vive, y que quienes lo reciben/padecen, pueden, sin advertir tales enredos subjetivos del criminal, recibir una asignación subjetiva de una representación especular de quien los atacó. Las incógnitas siguen abiertas.