Respuestas desesperadas:
¿Seguiremos respondiendo desesperada, disciplinaria y moralmente?
Camilo E. Ramírez
Dadas las características de nuestro mundo en sus diferentes contextos y situaciones, permanentemente cambiantes, cada vez más, se requiere que seamos atentos, flexibles y creativos. Es decir, que si anteriormente se pensaba que bastaba con apegarse a una posición única (religiosa, científica, económica, moral…) para seguir lo que ella dictaba, esperando que con ello estaban garantizados los resultados, hoy “Somos GPS ambulantes, corregimos las rutas de la vida en cada momento” (Jorge Forbes) asumiendo riesgos y apuestas en cada momento. Al no hacerlo, viviremos usando en cada momento el “Que no se suponía que…”
Todo lo que sucede posee varias dimensiones o lecturas, digamos: una dimensión donde las imágenes organizan lo que vemos y como lo configuramos, otra de las palabras, donde las experiencias son traducidas e interpretadas a partir de conceptos, ideas y argumentaciones, incidiendo sobre los símbolos, así como algo Real (en el sentido planteado por el psicoanalista francés, Jacques Lacan, como algo imposible de imaginar y simbolizar). Donde los primeros dos, lo imaginario y simbólico, se basaban en nociones e ideas hasta cierto punto estables, sobre lo que era el humano, la historia, la vida y la realidad compartida, en tiempos donde el mundo era organizando en base a patrones únicos (padre, jefe, patria, etc.) con sus nociones fijas de normalidad/anormalidad, bueno/malo, disciplina/indisciplina, etc. Mientras que lo Real, al escapar a cualquier forma de nomenclatura, es eso que siempre retorna al mismo punto, algo imposible de descartar, tratar, resolver, que por más que hablemos de “eso” (vida, amor, muerte, educación, interacción social, sentido de vida, economía, etc.) siempre hay algo que se escapa, que no es, que permanece más allá de lo que podamos imaginar y describir, que nos requiere respuestas únicas para cada vez, respuestas más creativas.
Lo Real ha sido y es tratado de diferentes formas en los diversos momentos de la historia y de la vida de cada persona. Una de ella, no la mejor ni la más creativa, son las que hemos llamado respuestas desesperadas, sean disciplinarias o moralizantes. Expliquemos.
Las respuestas desesperadas disciplinarias son aquellas que se basan en la interpretación que para mejorar algo hay que controlarlo. Esto se expresa, por ejemplo, en la visión empresarial y de gobierno que solo se puede desarrollar aquello que se puede medir. En las escuelas, directivos, maestros y padres de familia, están convencidos que solo a través de un mayor control y vigilancia se puede educar. Bajo dicha perspectiva, el otro, o más bien lo Real del otro, siempre es algo peligroso que si no controlamos disciplinariamente, se puede salir de control, degenerando en pensamientos, conductas y afectos indeseables. Para tal lectura se utilizan argumentos religiosos, médicos e incluso psicológicos, a la manera de “Si no se hace x, entonces sucederá y” empleando el miedo como fondo y estrategia de convencimiento: “Si haces tal o cual cosa, entonces estarás más seguro/a”. Y como el miedo se ha convertido en un valor y organizador social, quien vive en base al miedo, cree que va evitando verdaderos peligros en su vida, por lo tanto cuando le ofrecen medios de protección que supuestamente garanticen la estabilidad y seguridad, para no “andar batallando”, rápidamente se aceptan sin mediar reflexión sobre el cómo operan y los efectos que generarán tales “bondades” de solución.
Por su parte las respuestas desesperadas moralizantes, se basan en la idea que retomar viejos valores conservadores, es la clave para mejorar la vida. Esto se piensa sin hacer la más mínima adaptación a los nuevos momentos históricos, por lo que termina siendo una casuística llena de formulismos de que hacer, pensar, decir, con su contraparte negativa, que no hacer, pensar, decir, etc. Se sirven de ideas de “fin y degeneración del mundo”. El canal de transmisión es la remembranza y comparación con la actualidad, empelando el miedo y sobre todo la culpa, como estrategias de convencimiento, como en la siguiente tesis: ¡Nos merecemos lo que vivimos por como hemos vivido! ¡Te pasa eso precisamente por lo que has hecho! ¡A esa mujer le hicieron eso (maltrato, asesinato) precisamente por lo que andaba haciendo!, etc.
¿El gran ausente? Lo Real. Ni las respuestas disciplinarias, ni las moralizantes, lograrán tomar en cuenta a cabalidad todo lo que sucede en las experiencias a las que se aplica. Las respuestas disciplinarias y moralizantes, por tener siempre las mismas explicaciones ya listas para todas las situaciones, infinitamente variables, no logran leer lo que sucede (son software obsoletos para leer nuevos programas) ni mucho menos atender, explicar y responder. Ante esto, ¿qué hacer?
Suspender las supuestas certezas, disciplinarias y moralizantes, mejorar la calidad de las preguntas, escuchar sin suponer, explorar los elementos implicados en la experiencia única ante la que estamos, es un buen comienzo para poder escuchar y ver lo que está en realidad sucediendo. Dejar de tener una visión patologizada de las vidas humanas, donde cada cosa que se hace, siente, piensa, es interpretada como una “falla” o “crisis” del sistema o máquina, una “oportunidad de aprendizaje”; sino más bien como nuevas formas de expresión y vinculación social, algunas, sí, “mejores” o “peores”, para la singularidad y el colectivo, que intentan comunicar algo preciso, singular, único, ¿podemos escuchar lo nuevo? ¿Lo único y singular en cada persona y experiencia? ¿O seguiremos respondiendo desesperada, disciplinaria y moralmente?