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La educación hoy

 

Camilo E. Ramírez 

 

Una hora de clase puede cambiar la vida

Massimo Recalcati 

 

Pudiera haber titulado a esta editorial, los maestros hoy, sin embargo, al ser la educación el contexto, el tejido social, donde los maestros desempeñan –o intentan-  realizar su función, es necesario localizar algunos elementos y relaciones que se han venido transformando en los últimos años: modificación de las lógicas educativas, las relación entre maestros y padres de familia, el lugar y función de maestros y estudiantes.

Modificación de las lógicas educativas: se basan en la inclusión de las lógicas empresariales, principalmente de líneas de producción industrial, aplicadas a la educación; se cree, equivocadamente, que el acto de educar y aprender  puede ser operacionalizado y regulado en pasos de un proceso controlado, a fin de garantizar un producto ideal terminal, como lo hace una línea de producción en el ensamblaje de un producto, por ejemplo un coche. Aquí, las políticas educativas y disposiciones institucionales toman la bandera del desarrollo industrial, medible y cuantificable, dejando de lado el modelo que planteaba que la disciplina, la tradición y la jerarquía eran los ejes que garantizaban el orden y progreso del aprendizaje. Nada más equivocado igualmente, pues esa escuela, la escuela de la coerción y la obligación, de igual forma generaba limitantes para el aprendizaje. Si nos damos cuenta, los dos modelos, el modelo educativo-coercitivo-tradicional-jerárquico, posee la misma estructura que aquel empresarial-tecno-científico-regulatorio, solo que en el primero el garante es el poder (Estado o Iglesia) mientras que en el segundo es el orden industrial, pensar al humano, a los estudiantes como productos de mercado, objetos a ser transformados, a través de una especie de ingeniería educativa, que reduce lo diverso a una sola formula, a estándar.

La relación entre maestros y padres de familia: dicho lazo, dicho pacto social que consistía en crear un vínculo para educar a los niños y jóvenes, se ha roto, transformándose en un diálogo, sujeto a muchas dificultades. Por un lado los maestros, ahora piezas del engranaje industrial que los organiza como un paso del proceso educativo, quedan sujetos y reducidos a presentar información y a evaluarla, en tiempo y forma, ¡La dictadura del número!, al estar descritos los temas y la didáctica que deben de usar, se les cancela toda posibilidad de apropiación y extensión de su función, es decir, el corazón mismo de la vocación de los maestros: transmitir su pasión por el saber, es decir, con su palabra, poder transformar el texto, los diversos contenidos en objetos de curiosidad e interés, en objetos de deseo, amplificando el mundo, el horizonte de sus estudiantes, independientemente si se trate de historia, arte o matemáticas. Algunos padres, no todos, defienden y solapan a sus hijos contra los maestros y sus escuelas, donde ellos mismos inscribieron a sus hijos, pues ellos mismos sienten el peso de la crianza, de “delegar” en la escuela demasiado, función que ahora no pueden desempeñar las escuelas, pues se basan, en su mayoría, en la presentación y calificación  de conocimientos. La pérdida del sentido por la escritura, la lectura, el pensamiento, entre muchas otras cosas más, hace que se instaure de ambos lados una escuela de la obligación, que los mismos maestros, padres y estudiantes, padecen y sufren; ya no hay lugar para el amor al saber, para la curiosidad, para la amplificación del mundo gracias al estudios, sino para cumplir con los requisitos y obligaciones, de ahí el aumento del sin sentido, el estrés en docentes, el hartazgo en las tareas y múltiples cosas a realizar en los niños y jóvenes, precisamente porque el deseo, sabor por el saber, se salió de la escuela. ¿Cómo reintroducirlo? Pregunta que abre múltiples formas, singulares y responsables, de avivar el deseo por el saber: los maestros y padres de familia que operen con la disciplina, como único garantizador del orden y del aprendizaje, creyendo que tienen la última palabra sobre la vida y la muerte, quedarán obsoletos en el mundo de hoy, que requiere adultos que puedan sustentar y mostrar, a sus estudiantes e hijos, un testimonio de vida, que es posible darle sentido a la vida a través de una pasión, de un deseo. El buen maestro, los buenos padres –como en la misma empresa, los buenos líderes- no son aquellos que imponen, sino que logran articular multiplicidades, en lugar de normar todo y hacer surgir solo dos tipos de estudiantes, disciplinados o indisciplinados.

Lugar-función de maestros y estudiantes: es un encuentro, donde la palabra de los maestros juega un papel primordial, pero no es solo la palabra, pues es una experiencia donde hay otros elementos implicados (amor, pasión, vocación, deseo por saber, didáctica) pero sin eso no hay nada: amor por el saber. ¿Eso como se genera? ¿Cómo surge? No se puede obligar o imponer un deseo, el amor, como el gusto se rompe en géneros, sin embargo la potencia de la palabra, cuando funciona como gesto, puede tocar el cuerpo; el encuentro con un buen maestro, puede cambiar/amplificar/transformar la forma de ver el mundo, los objetos, sí mismo, pero para ello es necesario despegar de la educación obligación, como de la educación-coercitiva. Es decir, diferenciar la operación del maestro al dar clases, del tiempo de la evaluación. Educar consistiría entonces más en mostrar, transformar y amplificar objetos y horizontes del saber y de vida, que en imponer verdades a modo, pasar requisitos, en avivar el deseo por el saber como potencia transformadora, más que en moralidad disciplinaria. 

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