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Reinventar la escuela

 

            Camilo E. Ramírez

 

A ti que has dado un sentido al tiempo sin mesurarlo

Jovanotti

 

Si la escuela desea seguir existiendo -tener algo que decir y aportar- en el siglo XXI, debe replantearse no solo sus prácticas, métodos de enseñanza y evaluación, sino su vocación misma.

Una vía de reflexión es seguir las pistas a los malestares y síntomas de la vida escolar, para interrogarnos, ya no tanto sobre el estudiante y sus padres (¿Cómo están las cosas en casa?) sino para cuestionar-nos, ¿qué hemos hecho como escuela, como directivos, maestros y políticos encargados de los lineamientos educativos, para generar estos síntomas, estos eventos violentos que estamos viviendo dentro de las escuelas? ¿Cuál es nuestra participación en ello?

Hoy, siglo XXI, se requieren escuelas y maestros inquietos por el saber y la innovación, por la amplificación de posibilidades; escuelas creativas y responsables con lo generado, que sepan enseñar a sus estudiantes a colocar algo singular en el campo de conocimiento desde donde se posicionen, que enseñen a responder desde la creatividad, y no desde el enojo o el miedo, desde la culpa al otro. Que su poder no sea solo de memorización y acumulación, sino de transformación e invención. “...No podemos decirles a los chicos que tienen que ir a la escuela porque así se ganarán la vida. Decirle a un ser humano que tiene que estudiar porque está trabajando para tener trabajo es contradictorio con darle un sentido a la vida. Porque lo que le estamos diciendo es que su vida sólo vale para ser conservada en sí misma, y no para producir algo diferente. Si a un ser humano le decimos que lo único que importa de todo lo que está haciendo ahora es prepararse para seguir viviendo, estamos hablándole a un esclavo y no a un ser humano. Los seres humanos tienen que sentir que lo que hacen tiene algún sentido que excede a la autoconservación. No se le puede plantear a un ser humano que el sentido de su vida está en ganarse la subsistencia, porque eso no es el sentido de ninguna vida. Tenemos que terminar con esta idea que les planteamos a los chicos de que el único sentido de conservar su vida es para que trabajen y sobrevivan: el sentido de conservar su vida es para producir un país distinto en donde puedan recuperar los sueños. Y la escuela es un lugar de recuperación de sueños, no solamente de auto conservación” (Bleichmar, Silvia. Violencia social - Violencia escolar. Buenos Aires, Noveduc, 2012.)

Las escuelas autoritarias, de la vigilancia y el control, o aquellas burocráticas del requisito para dar el “pase”, de la adaptación a una normal moral, ya hueca y sin sentido, irán desapareciendo, ya las vemos dando sus últimos suspiros. También se extinguirán las escuelas de la “fiesta interminable”, del juego por el juego, de la simulación, del espacio escolar visto como espacio para depositar-cuidar niños y adolescentes, del maestro reducido a un vendedor afanado en buscar agradarle a sus clientes; proyectos burocráticos educativos que ya nacen sin vida, sin inspiración.

Recordemos que la escuela surge como un instrumento de normalización del Estado y un espacio de encuentro con lo social más amplio, más allá de los confines familiares. Inspirada en la regla, en la norma, en la letra con sangre entra, en el referente autoritario, el maestro representante de a ley paterna (ideales de la industrialización) que en los colegios religiosos se creía proveniente de Dios, dador de gracia. Después surgirán otros tipos de escuela: la escuela como empresa del conocimiento, herramienta de presentación de información, evaluación y certificación; medio de validación para alcanzar una licencia para ejercer una carrera y un trabajo, donde los estadios previos (kinder, primaria, secundaria…) son vistos como requisitos previos; la escuela negocio, la escuela-guardería-fiesta-permanente, opuesta a la escuela autoritaria, con muchas actividades extracurriculares, materias de “relleno” desde la lógica de la escuela disciplina. Todas y cada una de ellas, con un cierto brillo de novedad, con una apuesta, con una oferta en este fast-food educativo, y un fracaso anunciado.

El lugar, la función, las lógicas que estructuran la escuela, el tipo de relaciones que se establecen y producen (maestro-maestro; maestro-alumno, maestro-padres de familia…) deben ser revisadas si queremos interrogarnos realmente sobre los síntomas y malestares que acontecen en las aulas,  y sobre todo si queremos incidir en ellos, respecto a las problemáticas de los maestros con sí mismos, como vocación y como gremio, con la autoridad y los referentes que les organizan (¿O desorganizan?) de los alumnos con ellos mismos, con los maestros y directivos, así como con sus padres, pero sobre todo, con el campo del saber, en cómo se genera y presenta el saber en las escuelas, ¿puede en verdad la escuela ser un contexto donde circula el saber? ¿puede una hora de clase realmente cambiar la vida? ¿Qué es lo que una escuela, un maestro, un estudiante, un padre de familia, destaca y prioriza de su función? ¿Cuál es el deseo que mueve la función y lugar que cada uno sustenta? ¿Habrá aún lugar en la escuela para el deseo de saber, para -como dice Silvia Bleichmar- recuperar sueños, para inventar nuevos? 

 

 Artículo publicado en el periódico El Porvenir. Ramírez, C. (05/02/2020) Reinventar la escuela. El Porvenir, Editorial, p.2