Crimen en escuelas (1a parte)

 

 

por

Camilo E. Ramírez

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Todo crimen deja -además del terrible dolor en quien lo padece, sus familiares y amigos- un sinfín de incógnitas a resolver (¿Cómo fue? ¿Por qué lo hizo? ¿Qué lo/la llevó a cometer dicho crimen? ¿Se pudo haber evitado? ¿Qué se pude hacer, a partir de tales experiencias, para evitar sucesos similares en el futuro?, etc.) En un intento por descubrir/ darle sentido a una experiencia tan desgarradora nos interrogamos sobre el significado subjetivo del crimen: ¿Qué fue lo que se robó cuando robó tal o cual cosa? ¿A qué buscaba golpear/atacar/asesinar del otro, cuando…? Sin dichos cuestionamientos nos quedaríamos exclusivamente en el nivel material del acto, el cómo fue realizado en una determinada línea del tiempo. Otros son los elementos relacionados con el lugar y el vínculo con lo social-cultural en donde se presenta, ya que todo crimen –como las piezas de arte- guardan, como toda producción cultural, una íntima relación con el tejido colectivo. En ese sentido, en un crimen, de una u otra forma, todos quedamos implicados.

En 2003 Gus Van Sant presenta su película Elefante, donde intenta mostrar un enfoque crítico y a la vez polifónico de los asesinatos masivos en escuelas en EUA, motivado principalmente, por los acontecimientos en la Columbine High School en abril de 1999 en Littleton, Colorado.  Se sabe que eligió dicho título en alusión a un relato hindú, el cual hace referencia a un grupo de hombres invidentes, quienes rodeando a un elefante, trataban de identificarlo con su tacto. Como era de esperarse, al palparlo en diversos lugares, de acuerdo a las coordenadas sensoriales de cada experiencia singular, se argüía una cosa distinta. Similar a lo que sucede con en este particular crimen dentro de los planteles educativos: producción polifónica de teorías y recomendaciones que terminan por saturar las pesadas cargas ya de por sí, tanto de maestros, como de padres de familia. Dicho efecto no es casualidad y es precisamente explicable por el vínculo-relaciones que se producen en la información-recomendaciones, el ¿qué hacer? y ¿qué debimos de haber hecho? Como dos de las principales preguntas que desatan interminables recomendaciones de especialistas y público en general, que aunque todas ellas bien intencionadas, producen saturación y confusión, pues no buscan responder sobre el sentido fundamental del crimen, sino más bien plantean una relación particular con lo sucedido y los participantes: lugar de culpa-prevención “Todo es importante a partir de ahora”, que a mediano plazo terminará produciendo desgaste y sin sentido en los alumnos y sus padres, maestros y directivos.

Como efecto de la investigación permanente que hemos estado realizando desde hace más de quince años, sobre los asesinatos en escuelas, hemos encontrado que se suele caer en el mismo error, que aunque comprensible, error de interpretación en una línea del tiempo hacia atrás  (pasado) buscando claves o señales de alarma que se debieron de haber detectado, la cuestión es que toda interpretación de ese estilo requiere un cuerpo-teórico o al menos supuestos básicos, para interpretar (convertir) dichas experiencias en signo, y al hacer eso, acto seguido, nos encontramos otros tantas nociones teóricas imaginarias que dicen lo contrario sobre tales señales, quedándonos como al principio. Por tal, no debemos perder de vista que toda teoría (educativa, psicológica, forense, etc.) posee una estructura básica: funcionan, más que como descripciones de un objeto de estudio determinado, como formas de relacionarnos, produciendo vínculos sociales específicos. Por ejemplo, debido a dilemas morales-educativos-familiares (¡Lo que deberían ser alumnos, maestros y padres de familia!) que funcionan más como enjuiciamientos, cuyas respuestas ya están a piori  dadas, que como elementos de reflexión, capaces de hacernos ver algo nuevo, desplazan o dejan sin consecuencias (políticas y judiciales) muchas veces, incluso a quienes, directa e indirectamente, participaron en el crimen. En ese sentido, mucha de la información que se genera (y se ha generado) en estos días en la localidad, obedece más a un misma lógica presente en la información mediática empelada por el Estado, que a un estudio a detalle. Es decir, una vez que se presenta el terrible suceso, se le trata en su mayoría, como si se fuese otro escándalo más de la clase política en turno o del artista de moda. Esto sucede, en parte, precisamente porque el vínculo que se produce, independientemente del campo de conocimiento donde estemos trabajando e investigando, –sabiéndolo o no- es efecto de la incorporación de procedimientos y lógicas, sujetas más a un pensar “lugar común”, moral simplista, desplazando (o despojando la responsabilidad) a los implicados en un crimen: la sociedad es así o la gente es así, alguien incluso señaló los iPads, como los factores peligrosos.

La educación –y con esto tenemos que plantear también, que lamentablemente la psicología y la psiquiatría- han quedado desde hace ya tiempo organizadas por dos lógicas, no sin sus respectivas consecuencias: el biopoder y el mercado. Hoy por hoy, la educación, pública y privada, es más la administración de conocimiento: presentación y evaluación, que intenta emular un proceso de calidad industrial, al tiempo que el biopoder, en relación con el mercado, reduce las vidas diversas humanas, a una vida simple a ser diseñada y controlada, en términos de control biológico y de explotación económica, con lo cual, la vida de los humanos, siempre diversa y singular, deja de tener precisamente un lugar de expresión tanto en la escuela como en la sociedad, precisamente en un vínculo maestro-alumno, trastocado en cliente-facilitador/vendedor, mediante competencias y búsqueda de imposición de perfiles ideales terminales; situación que la sufren por igual maestros,  alumnos y sus padres: sujetos todos ellos a la dictadura del número, la evidencia educativa y el cumplimiento, muchas veces olvidados por directivos, clase política y secretarios educativos.