Hablar con (su/sus) adolescente/s 

 

 

 por

Camilo E. Ramírez

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“Cuando los adultos nos saben que decir, te aplican, EL cuestionario”

David Navarro

 

Que ¿Cómo puede uno saber, cuando ya no es un adolescente o un joven? Precisamente cuando uno los nombra/tipifica (“…es que los adolescentes/es que los jóvenes”) como si se tratase de una unidad homogénea y bien descrita. Justamente en ese punto, hemos dejado de oír la singularidad de cada uno.

Comparar, definir y clasificar, son operaciones que se aplican no solo en el ámbito de las ciencias físicas, sino en el campo de las humanidades. Pero a diferencia de operar sobre objetos físicos inanimados, los humanos solo podemos ser comparados mediante el despojo de nuestra singularidad y el establecimiento de modelos referentes, ¡El deber ser! Que tanto daño hace. Es decir, pensar la vida humana, entendiendo por vida, una sola forma de pensar la existencia, moral, biológica y psicológicamente, donde el todos y cada uno deberíamos ocupar un puesto determinado, a fin de poder encajar en la clasificación. Funcionar de tal manera es dejar, eso singular humano, en el olvido, pretender reducirlo al silencio, planteando que, “eso” precisamente que se sale de la norma, debe ser perseguido/corregido, so pena de ser excluido del intercambio y lazo social con los “normales”.

Dejar de pensar en “los adolescentes” como si fueran una unidad bien descrita, es darle voz y voto a cada sujeto, abrirse a la experiencia de reconocer en cada experiencia, las ideas, tensiones, deseos, ilusiones, quejas, angustias y anhelos que los habitan y encuentran. Sucede una cosa curiosa en el pasaje de niño o adolescente, y es que el/la amado/a y tierno/a bebé/niño/a, es considerado por los adultos que le rodean como toda bondad y ternura, pero de pronto, pasados los años, en algunos casos, la concepción se transforma, y aquella dulzura aparentemente inagotable, se torna angustia y desesperación por controlar cada uno de sus movimientos, bajo la idea del cuidado y protección, entonces las brechas aumentan y el diálogo parece imposible. Hay quienes tienen un verdadero deseo de dialogar, pero les inhibe el miedo de toparse con la incomprensión, ser regañados y castigados. Mientras que algunos padres creemos ilusoriamente que debemos plantar bien a bien nuestra autoridad mediante actos tajantes, como gritos y amenazas, pues si no se hace eso se teme que los hijos se “trepen” y “tomen la medida”, fantasía del dictador que cree que para controlar tiene que atemorizar, pues todos confabulan con derrocarlo.

Los hijos, como los alumnos, no son juguetes del adulto, simples objetos de estudio a ser moldeados (definidos) a placer o frustración;  no son ellos quienes deben cumplir con los sueños perdidos de sus padres y/o maestros. Sino más bien, permitirles encontrar, eso que andan buscando, sin siquiera saberlo del todo, siendo referentes, guías, si se quiere ver así, de que hacer, que no hacer, como no ser…a partir de lo cual alguien puede encontrar/crear posiciones nuevas ante su vida y el mundo que le rodea.

 

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