Ese “cáncer” llamado deseo
Camilo E. Ramírez
¿Quiere usted lo que desea?
Jorge Forbes
El cáncer es, curiosamente, un exceso de vida, las células no paran de multiplicarse, amenazando al mismo tiempo la vida en quien se realiza.
De igual forma, toda vida humana y el deseo que la habita, en tanto trastrocamiento de todo orden natural, de la pura vida-biológica, poseen algo en común con el cáncer, su carácter limitado-ilimitado, el deseo, de la impotencia a lo imposible. Pero, a diferencia del cáncer, el deseo amplifica en un sentido creador de vida singular, donde cada sujeto se ve confrontado con eso incomprensible del propio deseo.
El cáncer puede ser entendido/aceptado por quien lo padece y por los suyos, mientras que el deseo siempre pose algo incomprensible, un enigma, un núcleo duro que escapa a toda comprensión tanto para sí como para los demás, y por lo tanto puede incomodar, ya que apunta a esa dimensión a la que Jacques Lacan llamó, lo Real.
Pensemos en una situación concreta: un padre de familia convoca a su familia para comunicarles una noticia. Su familia, responde con prontitud al pensar que se trata de una mala noticia, “Las malas noticias vuelan” –reza el dicho. Cada uno se genera expectativas y supone muchas cosas. A pesar de ser entre semana y tener que trabajar al día siguiente, acuerdan verse a las 20hrs. en la casa, “Todos sin falta, nos vemos en la casa mañana, reunión con papá, quien sabe que traiga” escribe la hermana mayor en el grupo de WhatsApp.
Sentados en la gran sala, adornada de cientos de recuerdos enmarcados[1]. Comunica que efectivamente, desde hace tiempo siente algo raro en la espalda, lo que motivó una consulta médica, estudios minuciosos, que finalmente arribaron al diagnóstico de cáncer de pulmón. Situación que está además ya muy avanzada, con metástasis en diversas zonas del cuerpo. Los médicos pronosticaron algunos meses, con suerte, quizás, pueda alcanzar hasta un año de vida.
Todos se estremecen ante la noticia. Preguntan muchas cosas, lloran, se compadecen; algunos otros, motivados por un arrebato de optimismo, niegan la situación, se ponen creativos: buscar una segunda o tercera opinión, consultar a los mejores médicos, modificar radicalmente los hábitos de vida, una a una las historias de curaciones repentinas son citadas en auxilio de mejorar la atmosfera familiar, quien dice todo eso segura que funcionará, que papá se restablecerá, volverá a tener su vida de vuelta; mientras otros, incrédulos, no saben qué decir, están en shock.
Antes de despedirse, proponen estar más unidos, llamarse y verse más seguido, creyendo –sin tenerlo del todo claro- que “lo emocional” afecta, de seguro mejorará, si todos estamos más unidos, seguro de algo servirá. Ahora todas las opciones son buenas, las buenas vibras, la oración, la unión…seguro sumarán y harán la fuerza, todos están de acuerdo.
Pensemos en otro escenario alternativo, todo transcurre de la misma manera, un padre convoca a una reunión extra-ordinaria para comunicarles a sus hijos una noticia, cada uno genera sus expectativas, inspirados por el miedo que surgió por el tono formal de su padre, todos se dan cita lo más pronto posible.
Después de las formalidades y saludos cordiales, agua, café o algo más fuerte para pasar el rato, todos guardan silencio expectantes a que su padre comunique lo que tenga que decir, lo más pronto posible. Sentados en la gran sala, adornada de cientos de recuerdos enmarcados[2]. Comunica que desde hace tiempo ha pensado en renunciar a su trabajo, tomar sus ahorros, vender la casa en la que todos nacieron y se criaron, para ir a vivir a la playa, por lo que les pide su apoyo en ese nuevo proyecto de vida.
Desea vivir en un lugar que en sus últimas vacaciones visitó, un lugar que describe de ensueño frente al mar, está encantado con la idea, al grado de que ha vendido su automóvil, pues quiere comprar una bicicleta, ya que las distancias que recorrerá ahora no serán muy extensas, situación que le ha hecho estar tan emocionado, haciendo más ejercicio, perdiendo peso, cambiando, cuando no dejando completamente amistades, entre muchas otras cosas más.
¡Sus hijos se quedan en shock! Le cuestionan: Pero, papá, ¿Cómo es posible que dejes todo por lo que has luchado? ¿Tu trabajo? ¿Tu jubilación? ¿La casa? ¿Nuestro patrimonio? ¿Ahora no podremos venir a visitarte? Y ¿Qué va a pasar cuando tengamos que cuidarte? ¿Si te enfermas? ¿Si te pones mal y estas lejos? ¿Pensaste en nosotros, cuando planeaste lo que quieres hacer? ¿Acaso pensaste en tus nietos? ¿Dónde los vamos a dejar ahora entre semana?
Él les escucha atentamente y contesta que siempre, ellos y sus nietos, serán bienvenidos en su casa en la playa.
Solo una hija no habla, todos los demás opinan y opinan, hablan entre ellos, explican las razones del por qué tal o cual cosa es mejor que otra, hablan como si su padre no estuviera presente, “Es que él debe de…” Su hija rompe el silencio, se levanta y exclama, alzando un vaso lleno de agua:
“¡Salud papá, brindo por tu vida!”
Los primeros intentaban proteger la vida de su padre, para que tuviera vida, mientras que los segundos, precisamente, ese exceso de vida singular, les incomodaba, asustándoles, la decisión de su padre, les confrontaba en algo a cada uno. Pareciera más “cómodo” lidiar con un padre enfermo que con uno vivo y muy vivo.